A la cocinera Esther González, ¡mis respetos!

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La Casa de Esther es su cocina. Su casa y la mía. El jardín, la sala, el zaguán, el aroma a hierbas y especias que varía dependido del lugar donde uno esté ubicado, bien sea comiendo o explorando rincones. La Casa de Esther es Esther y su hija Aisha, quienes te hacen sentir bienvenido desde que abren la puerta. Tenía tiempo que no me sentía tan a gusto en un lugar. Sin haber probado bocado, un abrazo tan afectuoso en pleno umbral , fue el presagio de una velada memorable.

Se trata de un restaurante. Aunque pensándolo mejor, yo lo llamaría un comedor en la más maravillosa acepción del término, porque un lugar que sentí tan propio  solo puede asemejarse a mi propio hogar.  Una casa frente a la plaza Bolívar de la población de Pedro González, donde sin pretensiones, con una sazón definida, propia, contundente y muy honesta, madre e hija simplemente demuestran que para cocinar bien, básicamente  se necesita producto local de calidad, imaginación, compromiso, conocimiento del entorno, técnica y amor por el trabajo.

El primer plato fue un paté de erizos, con huevas de lisa y de mondeque con ron blanco. Increíblemente delicado,todos los sabores estaban ahí, en su justo lugar, no competían, cada uno destacaba y luego le daba paso al siguiente. Admito públicamente que le pasé el dedo al plato y me lo chupé con gusto. Luego siguió un mixto de ajíes, con chicharrón, morcilla y queso de cabra que nadaba en una estupenda salsa dulzona de ají.
Cuando llegó la pisca margariteña, entendí porque me gustaba tanto lo que comía. Sus platos son como tejidos, donde cada hilo tiene su lugar, que si te pone atención es posible identificar cada hebra, cada textura por separado sin perder la noción de totalidad. Se trata de una cocina llena de sutilezas, con un manejo de las mezclas llevadas a los limites de las posibilidades del propio ingredientes y de la imaginación del comensal. La pisca contenía mejillones, tocino, mondeque, vegetales, finamente cortados. Delicada al paladar, cada sorbo era digno de varias estrellas Michelín.

Como una travesura, Esther nos hizo probar su crema de caraotas negras con mucho «cilantro vivo». Sí vivo, y realmente lo estaba. Lo acaban de arrancar camino a la mesa. Aromática, equilibrada, suave, con cúrcuma procedente del conuco de la cocinera y semillas de comino. Le siguió una refrescante ensalada de pescado con aderezo de naranja.

En el interín, entre plato y plato, Esther pasaba por la mesa,  nos echa cuentos de los platos y de los productos. Como éramos tres comensales, a cada una le trajo un plato fuerte distinto para que intercambiáramos. Uno era pescado con salsa cremosa de ají, el otro un pescado glaseado con chile, cámbur  y ron, y el tercero (mi favorito) un filete de mondeque con una salsa de erizos, venidos de Juan Griego. Todos tenían como guarnición arroz con canela y cúrcuma y una ensalada rallada de plátano verde y vegetales con una vinagreta clásica.

Cuando llegó el momento del postre, entre la intensa conversación, la secuencia de platos de sabores armónicos, francos, de  combinaciones  inesperadas, me hubiese gustado cualquier cosa que me sirvieran. Ya le había vendido mi alma a los guisos procedentes de esa cocina. Pero un helado de papelón con limón, una torta marmoleada de chocolate y un sublime helado de auyama fueron el cierre perfecto.

Gracias. Muchas gracias a Esther y Aisha. Hoy son esos días cuando amo mi trabajo más que de costumbre y me siento afortunada de relacionarme con gente de espíritu tan inspirador. Aquí no había una sala de diseño sino un lugar acogedor y sencillo. Sin espumas, ni presentaciones descabelladas, ni hologramas de salsas sobre platos blancos. Como bien lo dejó dicho Miro Popic la semana pasada en su página de Tal Cual, cocina de  kilómetro cero. A lo que yo le añadiría «puro y duro», que además me lleva a pensar que el kilometraje es físico y emocional.  Esther no busca la sorpresa, sino la satisfacción. Le calza aquella expresión, con barriga llena, corazón contento. El mio está satisfecho y contentísimo.

Vanessa Rolfini Arteaga
Vanessa Rolfini Arteaga
Comunicadora social y cocinera venezolana dedicada al periodismo gastronómico. Egresada de la UCAB con estudios de especialización en la Universidad Complutense, de crítica gastronómica en The Foodie Studies y entrenamiento sensorial en la Escuela de Catadores de Madrid. Actualmente, redactora en Sommelier y columnista del diario Correo de Perú. Conductora de rutas gastronómicas y editora de guías. Experta catadora de chocolates.

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