Cocinero de Ravenclaw conquista Caracas

Cuando Ben Ami Fihman introdujo al chef inglés Heston Blumenthal dió en el clavo, cuando dijo que presentarlo a él, era como hablar de Harry Potter o de Michael Jackson. Después de experimentar su ponencia, mi primera conclusión es que este cocinero no es mortal. Seguramente estudió en Howgarts escuela de magia y hechicería, donde sin duda perteneció a la casa de Ravenclaw, cuyos miembros se destacan por su sabiduría, inteligencia, creatividad y apertura hacia lo nuevo. Supongo que se adaptó a los muggles, aunque los magos siempre se identifican entre sí. Entonces viendo los hechos a través de ese prisma, lo vivido adquiere sentido para mi, como el hecho que su restaurant se llame el The Fat Duck, digno del sentido del humor de un mago.

«Comer es un asunto de emociones y diversión, involucra todos los sentidos», afirmó Blumenthal, en una de las mejores apertura del SIG que he presenciado (sin desmerecer a Elena Arzak o a Santi Santamaría, cuyas propuestas también me cautivaron en su momento), durante más de una hora cautivó a su audiencia y no creo que le hiciera falta un conjuro.

Explicó cómo involucra la tecnología para hacer que todos los sentidos participen en la experiencia culinaria, incluso el hecho de alterar algunos estímulos nos lleva a tener percepciones muy distintas. Aseguró que en la cocina funciona para el mecanismo de recompensa, logrando que el cerebro obtenga más placer, «esto es poderoso, aumenta la diversión y la emoción», al referirse a que el comensal complete el proceso del plato que va a saborear.

Definió su propuesta como multisensorial y afirmó que la televisión es una herramienta fantástica para la investigación. Inmediatamente, se hizo acompañar del programa especial de Navidad que grabó para la BBC, cuando reproduce una cena que expresa la ruta y los regalos de los tres Reyes Magos. Explicó detalladamente cómo introdujo en el menú oro, incienso y mirra. Comenzó viajando a Oman donde después de llegar al punto donde se cree pasaron los estos monarcas, hasta toparse con una planta de incienso, intentó explicar el sabor, pero en ese momento nos pidió que buscáramos bajo nuestro asientos.

Encontramos un sobre blanco, cuadrado, sellado en lacre negro con el símbolo de el Fat Duck, que contenía una pequeña cajita plástica como las de Listerine y una bolsita con una especie de hostia. Nos pidió que abrieramos la cajita, la cual contenía una finísima lámina que llevamos a la boca. Se trataba de incienso. Primero dulce, en un instante evolucionó a un sabor herbal hasta tomar el sabor del aire cuando se prende un palito de incienso, daba la sensación que había tomado un bocado del aire y lo podía masticar y tragar. Una experiencia sorprendentemente íntima, porque el sabor permaneció mucho tiempo en la boca, pero si se soplaba en la cara de otra persona esta no podía percibir el olor. Luego nos hizo probar la hostia donde había concentrado el sabor a bebé para que probáramos al Niño Jesús.

Narraba aspectos de la cena, desde cómo clarificó el caldo, que se mezclaba con una especie de caldo concentrado en un cubito que al recubirlo de oro formaba un pequeño lingote. Cómo hizo un sorbette que no se deritía al flambearlo, servido en un recipiente de metal sobre un plato de cuero, entonces cada quien lo rociaba con whiskey y encendía con fuego. Mostró las caras de sus seis comensales en el video, sus reacciones, opiniones, sentados en un mesa bellamente decorada en medio de pinos y nieve artificial, con coronas doradas de cartón sobre sus cabezas. En este punto, quedaba claro cómo había logrado incorporar el oro, la mirra y el incienso en el menú y nos había transportado parte de eso hasta Caracas. Hasta sospeché de la participación de los gemelos Weasley en dichos artilugios.

Luego roció el aire con una mezcla conformada por los tres elementos del menú, unida al olor del cuero y Jack Daniels. Se hizo inevitable cerrar los ojos, para transportarme como en un túnel del tiempo a mi niñez en Coro, cuando mi abuela Tila quemaba incienso y mirra para el año nuevo. Entonces sentí una nostalgia infinita y no pude contener las lágrimas. Intenté avergonzada disimular el llanto, pero me di cuenta que no era la única.


Foto: Tomás Fernández. Este muchachode nacionalidad venezolana, es uno de los cocineros de Blumenthal, aunque sospecho que en realidad es un elfo doméstico, pero algo más grande.

Luego explicó cómo incluye sonidos en su propuesta y narró detalladamente el plato que hace con arena de Los Roques. Que consiste en una caja de madera con un vidrio encima. La caja contiene la arena llevada a Londres desde la isla venezolana, y sobre el vidrio coloca una preparación que simula «arena», elaborada con algas deshidratadas, mandioca, sobre la que coloca trozos de pescados y mariscos, un vegetal que simula algas (no recuerdo cuales) y una espuma hecha a base de pescado que hace las veces de bruma. Luego introduce dentro de un caracol un ipod con el sonido de las olas. Afirmó que el sonido en el plato produce un impacto y respuesta emocional, que si bien los comensales no hablan mientras comen, luego interactúan mucho más, expresando sus memorias y reacciones.

Finalmente, explicó el espíritu de su actual menú basado en el libro de Lewis Carrol (otro claro representante de Ravenclaw), Alicia en el país de las Maravillas. Mostró algunas escenas de pasajes del libro, como por ejemplo, la reproducción del momento del té, con una bebida fría y caliente, con temperaturas que contactan el paladar en el mismo espacio-tiempo. También la elaboración del reloj del conejo pero comestible y así sucesivamente, en un viaje extraordinario que integra la literatura y buena mesa.

Nota al margen: Al día siguiente de la presentación Sasha Correa me comentó que Blumenthal se había ido muy complacido de Venezuela, que le bien impresionó la cantidad de asistentes a su charla, al igual el nivel de atención prestada y de las preguntas, que tanta gente hablara inglés en la sala, incluso el hecho que algunas preguntas se habían hecho en dicho idioma. Por lo que me cuenta, se fue contento de Venezuela. Qué orgullo!

Vanessa Rolfini Arteaga
Vanessa Rolfini Arteaga
Comunicadora social y cocinera venezolana dedicada al periodismo gastronómico. Egresada de la UCAB con estudios de especialización en la Universidad Complutense, de crítica gastronómica en The Foodie Studies y entrenamiento sensorial en la Escuela de Catadores de Madrid. Actualmente, redactora en Sommelier y columnista del diario Correo de Perú. Conductora de rutas gastronómicas y editora de guías. Experta catadora de chocolates.
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