El mejillón se extrae a pulmón

Careta, chapaletas, pulmones y determinación, son las herramientas de trabajo de los pescadores de mejillón en la isla de Margarita.  Se sumergen al agua no menos de cien veces en una mañana, hasta extraer suficientes mejillones para llenar un saco de 50 kilogramos.
Sobre el agua flotan grupos de botellas plásticas vacías. Sujetan un aro de metal que a su vez sostiene una red, de repente emerge del agua una careta, seguida de una mano cubierta por un guante de tela, que sostiene un mejillón de color verde tornasolado. Esta operación se repite una y otra vez, hasta completar aproximadamente cincuenta kilogramos por día, es decir, no menos de cien inmersiones hasta los cuatro o cinco metros de profundidad a puro pulmón, solo con la ayuda de una careta y un par de chapaletas.
La pesca de mejillón solo puede hacerse buceando. Se colectan de uno en uno, con extrema delicadeza, cuidando que quede en la piedra lo que los pescadores llaman “la madre”, de donde surgirá otro. Los arrancan con las manos, solo en casos excepcionales utilizan cuchillos, lo que requiere además de experticia, mucha paciencia porque el agua casi siempre está turbia y los mejillones no se muestran a simple vista, es necesario palparlos. Entonces, solo se pesca cuando el mar está tranquilo y el día soleado.
El pueblo de La Guardia en Margarita vive de la pesca y es famoso por la pesca de mejillones. Actividad que coloca comida sobre la mesa de más de trescientas familias, que se dedican al oficio desde hace generaciones. Los pescadores de mejillón están organizados, andan en grupo, casi emulando un cardumen. Se protegen unos a otros, se cuidan de la inseguridad, de cualquier percance, sostienen las redes propias y ajenas, además están pendientes que las conchas tengan el tamaño que estipula el Instituto Socialista de Pesca y Acuicultura –Insopesca-, de seis centímetros como mínimo para la talla comercial.

Guardiero nativo
José Luis León, apodado El Catire es pescador desde los once años, aprendió el oficio de su padre, quien todavía trabaja como pescador de otra modalidad. No conoce otro oficio y su hijo de diez años, Jedison, de vez en cuando lo acompaña. A su corta edad ya nada como un pez, narra detalladamente los pormenores de la pesca, para qué se utiliza cada cosa, prepara los anzuelos, alista redes, se cerciora que las botellas estén correctamente atadas al aro y hasta opina sobre un problema con la batería del motor.
“El mejillón es mayor recurso de La Guardia, aunque esto ha cambiado. Antes sacábamos los de concha negra, que para mí son los mejores. Ahora son muy raros. Los que abundan son los de concha verde”, afirma El Catire.
En esta población se hacen tres tipos de pesca, la artesanal, los trenes de pescadores y el buceo de mejillón. El Catire prefiere el buceo, afirma que sabe dónde encontrar los mejillones, “intento que los compañeros cuiden el recurso, esto nos da de comer. Hay gente que los está sacando sin conciencia y estamos luchando contra eso. En Manzanillo no los cuidaron y los acabaron. Si no estamos pendientes en pocos años no habrá nada”.
Montado en su peñero llamado Capitan Moroni, El Catire y sus compañeros, salen a pescar todos los días, si el tiempo se lo permite. Cuando no es temporada entonces sacan Pesuñas, Burros, Caracoles y hasta Almejas, en esos casos por encargo. Siempre van a un lugar distinto, pero cerca de La Guardia a veces llegan cerca de La Restinga, porque los mejillones habitan aguas poco profundas y cálidas.
La jornada para los mejilloneros comienza pasada las ocho de la mañana. Por lo general, bucean de tres a cuatro horas diarias. Se sumergen una y otra vez en lapsos de un minuto. Pacientemente, van colocando los mejillones en la red en forma de saco, pero antes de hacerlo los observan cerciorándose que tengan el tamaño correcto. No todos los días son tan fructíferos, porque el mar no siempre es tan generoso.
Luego los lavan con agua salada, para luego sentarse debajo de un techo de palma, donde les retiran algas y trozos de piedra pegadas, frotándolos unos contra otros, se aseguran de su calidad y que estén cerrados. Finalmente, los pesan y dividen en sacos, que casi siempre al salir del mar ya tienen dueño, en su mayoría restaurantes o supermercados.

 Texto publicado en el especial de gastronomía de la Revista Sala de Espera de Octubre de 2011.


Vanessa Rolfini Arteaga
Vanessa Rolfini Arteaga
Comunicadora social y cocinera venezolana dedicada al periodismo gastronómico. Egresada de la UCAB con estudios de especialización en la Universidad Complutense, de crítica gastronómica en The Foodie Studies y entrenamiento sensorial en la Escuela de Catadores de Madrid. Actualmente, redactora en Sommelier y columnista del diario Correo de Perú. Conductora de rutas gastronómicas y editora de guías. Experta catadora de chocolates.
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