El Mesón de Andrés es en espacio diminuto y animado que casi siempre está abarrotado, lo cual se ha convertido en uno de sus atractivos, junto sus sabrosos platillos. Su barra de escasos taburetes tiene un ambientazo cuya fórmula es la combinación de buenos tragos y gente interesante, con cuentos jugosos y sustanciosos sobre lo que sucede en este valle desquiciante y el resto del país.
La sala está conformada por dos pisos con pocas mesas para disfrutar una cocina española “honesta”, como bien lo refiere Alberto Soria, quien al igual que muchos gastrónomos, se refugia en uno de los pocos establecimientos donde parece que nada altera el servicio correcto y la buena cocina.
Se trata de los contados restaurantes de patrón que quedan en la Caracas. Andrés Rodríguez siempre está ahí, atento a todo, amable, cercano, discreto y generoso. Español de origen, llegó a Venezuela en los años sesenta y trabajó en los más lujosos lugares. Aquella urbe donde rodaban sin empacho burbujas francesas de verdad-verdad, whisky y vinos europeos. Para ese entonces, la cerveza no era del todo compatible con las mesas de mantel largo. ¡Cómo ha cambiado todo!
Este mesón lo he visitado infinidad de veces y siempre he comido como Dios manda. Aquí todo es bueno, si pide tortillas, pimientos, empanadas, embutidos, por citar algunas tapas, todo resultará sabroso, bien hecho, elaborados con ingredientes de calidad porque eso sí que tiene Andrés, cuida el producto hasta lo indecible.
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