Ejercer el periodismo enfocado a la gastronomía se ha vuelto una tarea delicada en estos días que vive Venezuela. La sensibilidad está a flor de piel, en esta especie de falta de cordura colectiva que nos arrastra a todos, cualquier molestia o distorsión puede tomar dimensiones incontrolables.
Recientemente, privada y públicamente se me ha emplazado a no publicar más imágenes de comida, ni referencias a restaurantes, incluso, por ahí alguien me etiquetó en una especie de llamado de auxilio para que los periodistas locales – al parecer de todas las áreas – demos soluciones, hablemos bien de Venezuela, no nos hagamos eco de malas noticias y por ahí me voy.
Honestamente, llevo días pensando en esto. Se trata de un asunto muy complicado. En primer lugar, escribir sobre gastronomía no se limita a restaurantes y manjares, sería una visión miope sobre un área que ha crecido increíblemente en años recientes. Esta fuente incluye información agroalimentaria, emprendedores, productos, crítica, reseñas, actividades de formación, ciencia, salud, calidad de vida, viajes, turismo, promociones, historia, literatura, recetas, es decir, que en la mayor parte de los casos aborda buenas noticias, de esas que ayudan a mucha gente que intenta destacarse en un mundo de férrea competencia (incluso en Venezuela).
Que si se muestran fotos de delicias y restaurantes, no veo cuál es el problema, la ventaja de las redes es que cada quien arma su sistema de información según sus gustos e intereses, la cual puede modificar a su antojo. Por otra parte, no podemos meter la cabeza en un hoyo y hablar todo el día sobre hambre y escasez, cuando paralelamente también existe un país lleno de gente que desea progresar, que necesita ventanas para promocionarse, un mundo que nos invita a inspirarnos, a soñar, a ver hacia arriba y entender que lo que vivimos es la anormalidad. Mirando otros ejemplos, podemos encontar soluciones y la certeza que esto también pasará.
Espero que no crean que desapareciendo las fotos de comida se mitigue el hambre. Entiendo la rabia y la preocupación de mucha gente, pero los comunicadores gastronómicos no tenemos la culpa sobre la situación, muy por el contrario. Resulta que al parecer nos hemos convertido en unos insensibles e irresponsables que publicamos fotografías de comida, una especie de torturadores que atormentamos a la población, mostrándole lo que no pueden tener. Aquí cabe el chiste del marido que encuentra a su mujer con su amante teniendo sexo en el sofá y la mejor solución que se le ocurre es vender el sofá.
Como en todas las profesiones hay gente más seria y comprometida que otra, pero los periodistas de gastronomía en Venezuela, nos enfrentamos a un reto profesional muy complicado que espero deje lecciones. Con toda responsabilidad digo que Venezuela cuenta con profesionales de muy alto nivel, formados para la abundancia y la carencia. Claro, es más sencillo hablar sobre gastronomía en regiones donde no escasea nada, que además cuentan con apoyo del Estado o de grandes empresas, que en uno donde no solo falta todo, sino lo poco disponible está bajo el yugo de la inflación, la especulación y la matraca.
Éticamente hablando no es sencillo seleccionar la información, tratarla, escogerla y abordarla. Constantemente se busca no herir susceptibilidades. Este valor tan preciado de la objetividad – que personalmente no creo que exista -, se pone a prueba.
Los periodistas de gastronomía buscamos responder las mismas preguntas que se hacen en todas la áreas de nuestra profesión: qué, cómo, cuándo, quién, dónde y por qué. Entiendo que a algunos no les gusta reseñar las malas noticias, y es una línea que respeto, al igual quienes deciden todo lo contrario.
Ahora bien, me refiero solo a mis colegas periodistas. Pero hay que mirar un poco las redes sociales, donde mucha gente que gusta de la buena mesa publica sus imágenes y sobre eso no hay, ni puede haber control. Escucho quejas porque publican fotos de comida y no escuché a nadie quejarse por los videos de los linchamientos.
Yo también le preguntaría al lector o receptor de información sobre su participación activa en el proceso de comunicación, porque ahora más que nunca el receptor tiene el poder de elegir lo que quiere ver y cómo.
Como anécdota final, les cuento que las estadísticas de Rutas Golosas suelen ser constantes, gracias a Dios suben todos los días, pero rara vez aparece un pico. Resulta que escribí un texto sobre lo sucedido con Sumito Estevez y las visitas se dispararon a la estratósfera, con todo tipo de comentarios, no sé cuántas veces se ha compartido el texto, pero esto nunca ha pasado ni por error cuando se dice que un venezolano se ganó un premio.
En este momento tan difícil creo que todo ayuda, cuando debemos estar más unidos nos atomizamos más. Yo por mi parte, no pienso cambiar la línea editorial de este espacio ni de mis redes. Cierro este texto con la cabeza y el espíritu tranquilos, con la buena noticia que nuestro periodismo gastronómico ha crecido, lo cuál será muy útil cuando pase esta tormenta.