Hasta pronto Margarita!


Cinco días me ha tomado pisar tierra firme, una especie de jet lag que obedece más al espacio que al tiempo, pero finalmente puedo decir que estoy en Caracas en cuerpo y mente. Ocho semanas que almaceno en mi memoria y en mi corazón como un tiempo fuera del tiempo, un lugar donde surgieron de mi interior aspectos que no esperaba, y que en la mayoría de los casos me sorprendieron.

Solo puedo expresarme sobre mi estadía en la isla desde una perspectiva íntima, muy personal, así que si esperan leer sobre gastronomía en este post, es buen momento para abandonar el texto.

A Margarita la encontré bella, con una energía que renueva el alma, pero en contra posición también me topé con un lugar echado al olvido, son pocas las calles y lugares donde no se ubique un edificio en ruinas o abandonado, que representa lo que pudo ser pero ni cercanamente llegó a cumplirse. Para quien la visite dentro de un plan «todo incluido» y no tiene que salir del hotel, resulta cómodo, pero si se decide explorar más allá la cosa se complica.

Lo únicos lugares cuidados de la isla son La Asunción y Pampatar, todo lo demás está increíblemente descuidado, la vialidad en pésimas condiciones, las playas bellas pero sucias pobladas de tolditos administrados por gente sin escrúpulos, que ni siquiera tienen la decencia de recoger la basura. Una isla que tiene todo para ser «la perla del Caribe», pero que dista de serlo porque no hay cariño de locales, ni navegados. Margarita me llenó de vida pero también me partió el corazón, que son los mismos sentimientos que produce Venezuela en mi interior, pero alejada de mi casa, viviendo en la habitación de una posada, lejos de mis afectos y mi espacio, puede identificar con total claridad.

También entendí que no estoy lista para dejar Caracas, ciudad a la que amo profundamente porque soy caraqueña por elección, logré reconocerme citadina, amante del ruido y ritmo frenético del valle, de su gente desenfadada y divertida, de la paranoia que nos abruma a diario. Pero Margarita queda allí, como una posibilidad. Una energía beneficiosa para mi cuerpo y mi alma, para el conocimiento de mi misma. Un destino que podría ser parte de mis próximos años de vida, pero lejano a mi ahora.

Para quienes se pregunten cómo me fue, solo les puedo decir «bien, muy bien», siento que no existe una sola célula de mi cuerpo que no esté cargada de electricidad, aunque también me llevé un par de decepciones muy profundas, venidas de donde menos lo esperaba y que al fin de cuentas tienen que ver con mi capacidad de negociar, de establecer límites y de subestimar mis propias necesidades. Mi estadía en Margarita a fin de cuentas terminó siendo un viaje interior, que abrió y cerró puertas en mi propia vida.

A Margarita, a la Virgen del Valle y a su gente, no me queda sino darle las gracias por esta lección de vida, por acogerme con tanto amor, por los amigos ganados (que variar fueron muchos), por los lugares visitados, por los emprendedores encontrados y porque algo pasó …. sí, algo …. que es magnífico, extraordinario y que necesitaba tremendamente.

Vanessa Rolfini Arteaga
Vanessa Rolfini Arteaga
Comunicadora social y cocinera venezolana dedicada al periodismo gastronómico. Egresada de la UCAB con estudios de especialización en la Universidad Complutense, de crítica gastronómica en The Foodie Studies y entrenamiento sensorial en la Escuela de Catadores de Madrid. Actualmente, redactora en Sommelier y columnista del diario Correo de Perú. Conductora de rutas gastronómicas y editora de guías. Experta catadora de chocolates.
Artículo anterior
Artículo siguiente
spot_img

Recientes

Artículos relacionados