Los fogones del Bar Basque llevan casi dos años apagados. Entre los amantes de la buena mesa y comunicadores de la fuente gastronómica, se ha habla en voz baja y con pesar la posibilidad de un cierre definitivo. Creo que nadie ha hecho una despedida formal, a la espera de un final de último minuto, donde se suba la Santamaría y aparezca el cartel de «abierto» en su puerta.
El Bar Basque fue uno de los mejores restaurantes de Caracas por más de cuatro décadas. Comenzó como un pequeño y austero comedor donde se servían las delicias de Blanca Royo, que llegó a Venezuela después de la guerra sobreviviente de Guernica, que cocinaba como los dioses o como los vascos. Luego su hija Marivi Barturén tomó la batuta, hasta que su salud la alejó de los maravillosos platillos, y finalmente, quedaron al frente sus hijos Carlos y Miguel.
En 2014 cuando levantaba la información para la Guía de Restaurantes Españoles en Caracas, los visité y me atendió Miguel. Hablamos largo rato, me narraba sus preocupaciones que iban desde la materia prima, la seguridad en la zona, coordinar tiempos con su hermano. Entonces, le pregunté si podía almorzar allí. Sí, fue mi último almuerzo en el Bar Basque.
Un menú simple que daba guiños de sus mejores épocas, mero en salsa verde y de postre leche frita. Admito que un plato así sólo admitía cava o un buen Txacolí, pero me conformé con cerveza local. Días después cuando quisimos pautar la sesión de fotos, ya estaba cerrado, al punto que para la publicación, la Guía Prestigio cedió algunas gráficas.
El Bar Basque era un salón pequeño, su aforo era de 28 comensales sentados, incluida la barra. De decoración austera, con reminiscencias al país Vasco, una cava de vinos discreta, se crecía cuando los platillos llegaban a la mesa.
Los mejores gastrónomos disfrutaron y alabaron las kokotxas de mero, apurres, chipirones en su tinta, la tortilla de angula, pescados en salsa verde, de Txacolí o de langosta, entre otras delicias, que salían de su diminuta cocina donde hasta el último día se coció todo en ollas de barro.
Parte el corazón cuando se apaga el fuego de una cocina, especialmente, cuando se trata de una irrepetible, donde se servía con esmero, con amor al comensal, era como si cada plato quisiera lucirse mezclando lo mejor de dos tierras.
Este recinto de la buena mesa deja un sabor imborrable que permanecerá en el paladar, el corazón, el tacto, la nostalgia y la historia de la mesa pública caraqueña. Pedro Mezquita cuenta que una vez Joan Marí Arzak -chef con 3 estrellas Michelin-, les expresó a unos comensales venezolanos que no iban a encontrar en su restaurante nada mejor que lo que podían servirle en el Bar Basque.
Columna Limones en Almíbar publicada en El Universal el 27/02/2016
A doña Blanca de Pérez le gustaba ir pero entraba un gentío con sus amigas de la Fundación del Niño y Casa Militar. Un día Blanca le dijo a doña Blanca «me gusta que le guste mi comida, pero venga sola o con menos gente, porque este negocio es muy pequeño y cuando usted viene mis clientes de siempre se tienen que quedar afuera. Y perdóneme». La primera dama le respondió, «No tenga cuidado, perdóneme usted a mí. Tiene toda la razón» y le pidió a sus escoltas esperarla afuera. Doña Blanca de Pérez volvió pero con dos o tres personas a disfrutar la mejor comida vasca de Caracas y la Casa Militar se quedaba al frente. Vainas de la era democrática.
Juan, muchas gracias, maravillosa historia. Sí, vainas de la era democrática.