Un hermoso rosal de una hectárea cuyo suelo está plantado de caraotas negras. Simbiosis que expresa la filosofía de su productor, al convertir la naturaleza en su aliada.
Un campo cultivado de rosas rojas en medio de la llamada Mesa de los Leones, en medio de una estampa inequívocamente andina. Para llegar, un largo camino con casitas dispersas en medio de todo tipo de cultivos, neblina, gente arando la tierra, mucho verdor, la montaña imponente de lado y lado, hasta que en un punto se cruza el puente que se erige sobre un rio brioso y brillante. De tomarse la otra dirección, se llegaría sin dificultad al Parque Nacional Sierra Nevada.
En un momento el camino se interrumpe y Nelson Peña anuncia la llegada al lugar: un gran invernadero cubierto de plástico que parece desordenado, donde crecen leguminosas y auyamas, con un suelo cubierto de cartones.
A primera vista, es desorientador. Después de caminar algunos metros, la vista se vuelve simplemente magnífica, miles de rosas de intenso rojo crecen espigadas y cuidadas, una pequeña maya negra las protege, pero lo más increíble es que el suelo sigue cubierto de cartones y justo debajo de los rosales, se enredan plantas de caraotas negras, el suelo está a rebosar de vainas.
Nelson Peña es agricultor desde niño, nació al sur del Lago de Maracaibo. En algún momento laboró como técnico de telecomunicaciones, pero regresó al campo de la mano de su esposa. Forma parte de la Cooperativa Agropecuaria Mucuyes, compuesta por cinco familias, donde producen carotas de varios tipos, auyamas, hierbas aromáticas, frutas, papas y rosas.
Fukuoca y la permacultura
Peña explica que los cartones sobre el piso, se llama acolchado seco y es su manera de implementar la técnica de la permacultura, que le permite proteger el suelo, que carece de vegetación contra la erosión y sin su vestimenta natural está desnudo.
“El acolchado mantiene un habitat ideal para microorganismos, es la base para mantener al suelo alimentado, se crea un ecosistema que permite que se desarrollen organismos que descomponen la materia, pero además impide que crezca la maleza y eso en verdad evita un inmenso problema”, explica Peña, quien se confiesa seguidor de las técnicas de japonés Masanobu Fukuoka.
Nelson Peña implementa en el rosal algunos de los principios de la permacultura original desarrollada por el nipón, como son el no arar, no utilizar pesticidas ni herbicidas, no eliminar la maleza y lo complementa con control biológico de plagas, es decir, combate la presencia de insectos indeseables con sus enemigos naturales, por ejemplo, se hace común la presencia de coloridas maraquitas sobre las hojas, encargadas de mantener a los áfidos raya.
“Las rosas son delicadas y caprichosas, cualquier descuido de mi parte o desbalance como el exceso de lluvia, se nota inmediatamente”, expresa Peña. La presencia de las caraotas en realidad es un cultivo secundario, porque las leguminosas fijan el nitrógeno al suelo. “Intento mantener el balance del cultivo, por eso siembro vegetales y frutos alrededor, eso permite la diversidad”.
Ciertamente, alrededor de las rosas crecen uchuvas, espárragos, lulos, plantas aromáticas, es un jardín que ofrece sorpresas en cada rincón. Un espacio que brinda una cosecha de rosas cada quince días, de las más finas, de tallo largo y pétalos de color profundo y delicado. Peña las revisa de una en una, vela que la red que las protege nos se corra, que estén en el punto óptimo para ser podadas.
“No veo la agricultura como una mercancía, trabajo de manera natural porque me evito muchos dolores de cabeza, además es rentable. Vendo las rosas a varias floristerías en Mérida y en el mercado de Soto Rosa, las caraotas van para la gente de Mano a Mano”.
Señas: Nelson Peña, mucuyes@hotmail.com
Flores de lulo, uno de los tantos frutos que rodean el cultivo de rosas |
Texto publicado en la Revista Sala de Espera, Especial de Gastronomía de octubre de 2011.