Manzanillo, de cinco estrellas … pero no





Que la isla de Margarita es hermosa, es una verdad imposible de refutar. Pero la belleza sin cuido y cariño no dura para siempre, como dice la canción de Rocio Jurado «Jamás tuvo una flor dos primaveras». En estos días, poco a poco, sin apuro, he realizado algunos paseos, que con los días seguramente se harán más largos.

Visité la playa de Manzanillo, ubicada en el extremo noreste, pero con vista hacia el occidente, un lugar de pescadores, el agua repleta de peñeros, redes, Pelícanos, es decir, una imagen de postal. Claro, antes de llegar me pasó algo interesante, descubrí la «cuadra margariteña», versión caribeña de la famosa «cuadra llanera». Me explico mejor, cuando se pregunta una dirección y responden «ahí mismito», «ahí ahoritica» o «a cinco minutos al cruzar» hay que esperar cualquier cosa. Eso puede significar un largo tramo de media hora, con la segura inclusión de una parada para preguntar, donde seguramente obtendrá la misma respuesta.

Además, mi sentido de velocidad está totalmente fuera de contexto, digamos que sufro de una enfermedad citadina, donde «ahora» o «ya», es conjugado en tiempo pasado. Aquí en la isla se trata de un «perfecto gerundio», sin principio ni fin. Honestamente, no me disgusta, creo que ese frenazo le hace bien al cuerpo, el tema es acostumbrarse.

Lo cierto, es que cuando por fin llegué a Manzanillo, en compañía de unos amigos provenientes de Puerto Ordaz, no estaba segura si en realidad se trataba del lugar que buscábamos. Me parecían tan feas y descuidadas las construcciones, el olor a pescado podrido junto a un pequeño mercado de pescadores, que tuve que preguntar varias veces. Nos bajamos de los carros, inmediatamente apareció un señor muy amable y nos ubicó en un toldo, pasaron más de diez minutos (caraqueños) tomando la desición de si quedarnos o no. La playa nos parecía linda, pero nos horrorizaban los alrededores, descuidados, llenos de basura y escombros. Finalmente, después de meter los pies en el agua, en un impulso inexplicable decidimos quedarnos.

A Dios agradezco tan buena decisión, la playa con poca gente, soleada y ventilada. Nos ubicamos bajo un toldito con mobiliario plástico: una mesa, tres sillas y tres tumbonas. Como siempre, no faltó la cerveza helada – lástima que era ICE -, refrescos y agua. Apenas nos acomodamos se nos acercaron varios niños, algunos pidiendo y otros saludando, la paranoia nos abrumó y decidimos bañarnos relativamente cerca.

El agua estaba deliciosa, una de las playas más ricas en las que me bañado, nadado y jugado. El agua refrescante, limpia, no había que caminar mucho para nadar, un oleaje que permitía conversar. Nos divertimos hasta más no poder. Mientras estaba ahí pensaba, «conchale, esta playa es un lujo», pero nos empeñamos en destrozarla, en cualquier lugar sería el destino de turismo cinco estrellas, hasta imaginé a los recién casados Penélope Cruz y Javier Barden en los titulares, «Boda secreta en Playa Manzanillo».

Como siempre, la gente encantadora, los orientales son simpáticos, abiertos y serviciales. Nos prepararon parguitos con tostones, que comimos a la orilla del mar, con los pies descalzos sobre la arena, acompañado de cerveza y refrescos. Un almuerzo de sabores simples, de esos que se quedan fijados en la memoria para siempre: pescado fresco, de carne gustosa, firme con un olor a mar que impregnaba hasta el alma y tostornes crujientes ligeramente dulzones.

Pasamos una tarde fantástica. Al regreso, pensaba en la respuesta que el señor que nos atendió le dio a mi amiga, cuando le preguntó que por qué si viven del turismo, por lo menos no recogen la basura. Palabras más, palabras menos respondió «¿cuál basura?».

Vanessa Rolfini Arteaga
Vanessa Rolfini Arteaga
Comunicadora social y cocinera venezolana dedicada al periodismo gastronómico. Egresada de la UCAB con estudios de especialización en la Universidad Complutense, de crítica gastronómica en The Foodie Studies y entrenamiento sensorial en la Escuela de Catadores de Madrid. Actualmente, redactora en Sommelier y columnista del diario Correo de Perú. Conductora de rutas gastronómicas y editora de guías. Experta catadora de chocolates.
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