Rubén Blades vino a Venezuela a demostrar de qué madera está hecho, a compartir la calidad de su trabajo y tocar salsa como se debe, en tal vez la mejor de las presentaciones del cantante que he tenido la dicha de disfrutar.
Acompañado de la banda panameña del director Roberto Delgado, durante tres horas cantó 21 canciones, que incluían desde los éxitos que lo han hecho famoso como Decisiones, El padre Antonio y el monaguillo Andrés, pasando por María Lionza, Tiburón, Caminando, Ligia Elena, Muévete, Amor y Control, Plástico, Buscando Guayaba, Plantación adentro y Pedro Navaja – de quién dijo que si no la cantaba el hombre le jalaba los pies en la noche -, hasta los menos conocidos como Todos vuelven, Maestra Vida, Nació mi niño (también de Maestra Vida), País portátil, Las Calles, Cuentas del alma, Patria y una de mis favoritas … Ojos de perro azul, versión que he escuchado en vivo e interpretada en estudio, pero que nunca le había escuchado cantar en un concierto.
Entre canción y canción, como era de esperarse, echó cuentos, narró anécdotas y hasta como llegó a componer algunas canciones y por qué. Se quejó del frío y asomó uno que otro dato sobre lo que ha comido aquí. Contó que si se viene a montar el musical Maestra Vida, lo cual le tomaría como tres semanas, comería pabellón todos los días. Que en Maracaibo comió patacones, y que le sorprendió porque jamás se le hubiese ocurrido que se pudieran rellenar de ese modo dos trozos de plátano, que seguramente en Panamá nadie ha pensado en eso.
Más allá de darle las gracias a mis amigos Luis y Niceth por este maravilloso regalo de cumpleaños (aunque no lo crean un mes después sigo celebrando), fue un conciertazo. Sobre el escenario Rubén y sus músicos, sin confetti, ni fuegos artificiales, ni bailarinas, ni niños o bandas de colegio. Vestido de negro cerrado, un buen juego de luces y un sonido impecable (salvo un par de detallitos en algún momento), interactuó con el público, tal vez en algún momento se le pasó la mano en halagos al director musical Gustavo Dudamel (nada es perfecto), se entregó a hacer buena música, salsa sabrosa, rica en ritmos, lúdica, bien interpretada, pícara y hasta nostálgica.
Hacia el final del concierto dio las gracias al público por hacer su vida tan feliz. Solo le respondería que el sentimiento es recíproco.
Con mis amigos Luis y Niceth, antes de empezar el concierto.
Notas desafinadas sobre el concierto:
– No vendían cerveza, solo whiskey y ron. En el caso del ron, un puesto de Pampero solo ofrecía «caballito frenado», a Bs.50 un vasito plástico cuya cantidad de ron medían con un shot de menos de 1/4 de litro. Es decir, a precio de ron venezolano servido en Madrid y pensar que ni siquiera la botella cuesta eso. Un abuso.-
– No dejaban bailar en los pasillos, y lo peor es que la sillas estaban super pegadas que tornaba el asunto un poco incómodo. Lo peor es que el personal de protocolo era bastante maleducado. Y pensar que en Teresa Carreño (en sus buenos tiempos) y hasta en el Carnegie Hall tienen más flexibilidad. Caray, lo más curioso es que se trataba de un concierto de salsa y lo más natural en esos casos es que den ganas de bailar.