El camino hacia Andalucía está plantado de olivos, campos infinitos llegan hasta donde alcanza la vista, las casi cinco horas de camino hasta Marbella van acompañadas de sembradíos a lo que se suman algunos cítricos, hasta que aparece el mar Mediterráneo y el paisaje pasa a ser de casas de playa, condominios y centros comerciales.
Ese viaje estuvo lleno emociones inesperadas, de ver por primera vez lugares y cosas de las que siempre he leído y hasta escrito, pero que jamás había podido ver en directo, oler o tocar. Eso me pasó en el momento que tuve enfrente al Mediterráneo, un encuentro signado por la buena suerte de un día soleado y despejado.
Apenas llegué a Marbella, mi amiga Anaber y su familia me llevaron a un pequeño restaurant a la orilla del mar. Aún la brisa estaba fría, al igual que el agua, pero eso no me impidió mojarme los pies. Sentía tanta emoción que saltaba como una niña, me mojé la cara, las manos, hasta me llevé un poco a la boca. Ese fue un almuerzo especial, pescado rebosado al estilo de Málaga, crujiente y gustoso, además de camarones a la plancha y cerveza fría.
Durante esos días el buen tiempo fue el mejor compañero, visité Marbella, Ronda y Málaga, aprecié a lo lejos Gibraltar, comí deliciosamente, desde fuentes llenas de fresas, pasando por pescados y mariscos, además de hongos y los guisos caseros elaborados por mi amiga, quién resultó una excelente cocinera.
Otros encuentros, el primero con el árbol de Alcornoque, de donde se sacan los corchos, apenas me topé con uno lo identifiqué, pero me di cuenta que había por todos lados. Exhiben sus troncos desnudos, después de haber retirado la capa de corcho, me tomé fotos como si se tratase de una celebridad, pero el árbol vivo es otra cosa, le pegué la nariz a su madera, froté sus hojas y la tierra que lo rodea, registros que han quedado en mi memoria para siempre.
Mucho he leído sobre los aceites de oliva españoles, pero tuve la oportunidad de entrar D.O.Oliva, una tienda especializada, ubicada en una callecita de Marbella. Su dueño se llama David y también se ocupa de atenderla. Fue una experiencia fantástica, degusté aceites filtrados y sin filtrar, de varios tipos de aceitunas, varietales y blends, orgánicos y no tanto. Cambiaban las botellas, los precios y por supuesto los sabores, era como recorrer kilómetros y kilómetros de tierra a través de esos aceites aromáticos y gustosos. De ahí salí con varias botellas en la mano y dos de vino de la región, recomendadas por el propio David, quien ha enfocado el anaquel vinos andaluces: un Almares 2008, (Tempranillo, Cabenet Sauvignon y Merlot) de Pago de Almares ubicada al norte de Granada y un Marcelo Serrano 2006 procedente del sur de Jaén, que además de las tres cepas anteriormente nombradas, tiene un toque de Syrah.
Salí de ahí con dos bolsas, una parte de la compra se consumirá en España y la otra en Venezuela. Aprovecho esta oportunidad para dejar claro, que salvo tres excepciones, no pienso llevar ningún tipo de “souvenir”, porque tendría que llenar una maleta más, así que prometo deliciosas veladas en mi casa, para compartir vinos, quesos, embutidos, aceites, fotos, libros y cuentos. Por cierto, he encontrado libros increíbles.
Finalizando este post, para no dejar atrás mi vena farandulera, llegué a hasta la casa de playa de la Duquesa de Alba, de la que no se ve gran cosa, dado los altos muros que la rodean. Al final, me sentí algo decepcionada, tanto que no hice ni una foto, esperaba que la Duquesa le diera algo de comida al morbo de los curiosos como yo.
Del sur de España hay muchos más cuentos, pero esos los dejo para otra entrega.
