Dulce criollo de apariencia tosca y sabor cautivante. Nacido de la escasez de muchos productos, que permitía prepararlo en hogares de escasos recursos, lo que no le impidió calar en el gusto de bolsillos más holgados. Coco, maíz, papelón y canela se fusionan en unas de las combinaciones más singulares de la culinaria nacional.
Existen postres que la gente ama u odia, tal como sucede como la ópera, el sushi, las telenovelas, los Leones del Caracas y el mondongo. Arrancan suspiros o gestos de repulsión, pero cuando logran calar en el corazón, se hacen merecedores de una fidelidad a toda prueba. Este es el caso del majarete.
Una combinación de ingredientes difícil de concebir, pero que funcionan a la perfección y lo tornan, conceptualmente hablando, en el uno de los dulces criollos más interesantes. Maíz, coco, azúcar o papelón y canela, lo convierten tal como expresa Ramón David León, en parte de la dinastía culinaria de años coloniales. “Del arsenal de materias primas con el que elaboraban sus golosinas la gente pobre, y para la cual hay numerosa clientela de pudientes. (…) En la antigua Plaza El Venezolano, en los puestos del desaparecido Mercado Principal, y en las pulperías y botiquines de la ciudad se ofrecían antaño todas esas granjerías”.
Por otra parte, Cecilia Fuentes y Daría Hernández en su libro sobre Dulcería Criolla (2), aseguran que “la confección de pequeños dulces para el consumo doméstico traspasó los límites del hogar ante la indiscutible aceptación colectiva, y además de la distribución que hacían los vendedores ambulantes, se llegó a la comercialización en las bodegas y pulperías”. Además, son enfáticas al afirmar que no se le consideraba un platillo refinado, “un campamento aparte se alineaban en bandejas, platos y tazas de diversos tamaños, el majarete, el tequiche, el manjar blanco y la caraqueñísima pelota (…)”.
Sorpresivamente, no es una receta recurrente en los recetarios y literatura culinaria criolla. Si ubicar su origen, se pareciera a la búsqueda de la partida de nacimiento de una persona, que podría comenzar en Caracas, pero estaríamos en problemas. Progenitores conocidos, paternidad dudosa, negado por los propios en público pero amado en privado. Inequívoco parecido a un guión de Delia Fiallo, con una magistral Grecia Colmenares en el rol del Majarete, por aquello de apariencia sosa y carácter que perdura.
Receta simple o complicada
La receta publicada por Armando Scannone en su emblemático libro rojo en el año 1982, muestra una receta laboriosa, con diecisiete pasos en su preparación, que comienzan con la cocción y molienda del maíz cuya masa debe quedar «más suave y fina que la de las arepas».
Le sigue la extracción de la leche a los cocos, en un complicado proceso que comienza con fracturar con un martillo la dura armazón de la fruta, separar y rallar la pulpa, luego licuarla con agua caliente, hasta lograr extraer la leche en cuestión. En este punto, hay que darle gracias a todas esas empresas que en la actualidad la venden enlatada.
Siguiendo con Don Armando, se mezclan en una olla la leche de coco y el papelón, luego se licúa con la masa de maíz, se lleva al fuego batiendo constantemente evitando la formación de grumos. Finalmente, hace su aparición la Maizena y un toque de sal, hasta que le toque verterla en un recipiente que primero se aclimatará, para luego llegar a la etapa de refrigeración que se extenderá de 4 a 6 horas. En último lugar, después de una página completa de instrucciones dice “Se sirve frio”. Es decir, la receta lleva por lo menos 10 horas de trabajo.
Sin embargo, la leche de coco enlatada y a la aparición de harina de maíz pre-cocida, le dieron un vuelco a esta historia. Un recetario publicado por Harina Pan en los años cincuenta, comprime el proceso a no más de 3 horas, en lo que muchos calificarían un salto cuántico. Increíblemente parecida, esta fórmula a la de Helena Todd publicada en una recopilación de sus recetas Caraqueñas (El Nacional, 1999). Lo cierto, es que la simplificación del proceso salvó al majarete del olvido.
Más cariñoso que apetitoso
Rafael Cartay señala que también se le puede decir “manjarete”, lo que da señales inequívocas de su nombre, proveniente del “majar”, suerte de natilla espesada con Maicena. Visualmente son relativamente parecidos, pero Cartay lo define de “consistencia gelatinosa” (3), por lo que no es de extrañarse que cuando una persona está temblando se le diga que parece “un majarete”.
Por lo general, se coloca en platos redondos, se cortan de manera de obtener 5 triángulos.
Durante años su expendio era común en pulperías y abastos, junto a toda suerte de granjerías criollas, hecho que no ha cambiado mucho, salvo una que otra cocinera doméstica que se anime a prepararlo de vez en cuando.
De color traslúcido y tono grisáceo, imposible de calificarlo apetitoso a la vista, es lo más parecido, a una persona nada agraciada pero cariñosa. Sin embargo, sus fanáticos lo defienden a capa y espada, tienen ubicados los lugares donde se preparan los de mejor calidad y con todo el revuelo gastronómico actual, el majarete tomará un lugar privilegiado en la mesa venezolana.
(1)LEON, Ramón David. Geografía gastronómica venezolana. Editorial Cacofonía. Caracas, 2004.
(2) FUENTES, Cecilia. HENANDEZ, Daría.Dulcería Criolla. Fundación Bigott. Caracas, 2004.
(3) CARTAY, Rafael. ABLAN, Elvira. Diccionario de la Alimentación y Gastronomía en Venezuela. Fundación Polar. Caracas, 1997.
Texto publicado en la sección Así somos con gusto, de la Revista Bienmesabe Julio 2011. Foto libro de Armando Scannone.
Yo elaboro El Majarete con mucho orgullo, porque es un postre típico de nuestra Venezuela., nunca debe quedarse en el recuerdo, no teman realizarlo es sencillo y muy delicioso.