Las ciudades son como las personas, te conectas con ellas o no. Por eso rara vez me dejo llevar por la impresión de otros, prefiero vivirlas en carne propia y hasta en carne viva.
Mi encuentro con Lisboa fue un flechazo. Hermosa a la vista con sus callecitas empedradas, sus bellos edificios en muchos casos decadentes que luchan a muerte contra el salitre que todo lo devora. La gente amable, la comida gustosa y sencilla. Caminar sus vías irregurales y empinadas, a pesar de mi pie recién doblado fue un gustazo. A fin de cuentas, el pie en desventaja jugó a mi favor y me obligó a disfrutarla lentamente, a mirar el suelo y el cielo.
Tres días fueron suficientes para llevarme una estampa inolvidable. ¿Que visitar? El Castillo de San Jorge, bien cuidado y con vistas de la ciudad y del Rio Tejo que quitan el aliento. Comer en el Barrio Alto y aprovechar susurrale a la estampa de Pessoa algún sueño o tu simple admiración. Caminarse de cabo a rabo la Baixa, darse una vuelta por el mercado Da Ribeira, ir hasta Belén para ver la Torre y el Monasterio Dos Gerónimos y por supuesto, comer pasteles. Además de caminarse la Alfama (hay que tener condición física para esto) con sus calles sinuosas y empinadas, con ropa tendida justo hacia la calle. Esto lo diría un libro turístico. Pero Lisboa está minada de rincones rebosantes de poesía, ricos pasteles y vino verde. Así que dedíquele por lo menos una tarde, a la excitante labor de caminar sin rumbo. A entrar o parar donde la intuición fije la atención.
Solo puedo alegar que comí estupendamente. Dos almuerzos inolvidables: el primer día en el Restaurant Rio Coura (Rua Augusto Rosa, 30). Sin lujos, un bacalao gustoso acompañado con papas, bañadas en un rico aceite de oliva y cerveza Sagres. Una recomendación que agradeceré eternamente.
Luego, caminando sin rumbo por Belen, en la Rua Do Embaixador, vi salir de un pequeño restaurant que hacía esquina llamado A Estrella de Belem, a varios lugareños que iban contentos, con cara de bien alimentados, lo cual siempre es buena señal. Al entrar el cocinero me dijo que estaban cerrando, pero supongo que conmovido por mi cara de hambre y decepción, me dijo que aún le quedaban chorizos caseros y dorado que podía hacer a la parilla, aún caliente.
Me decidí por el pescado acompañado con papas y una cerveza – Sagres otra vez -. Mientras esperaba, limpiaban el restaurant, tenía que levantar los pies para que no me los mojaran. Al cocinero le llamó la atención mi libreta de apuntes, entonces, entablamos conversación. Finalmente, me sirvió un pescado de carne firme y jugosa de piel crujiente, acompañado de papas y una fresca ensalada de tomate y lechuga, que llegó con la segunda cerveza. Una comida increiblemente gustosa, terminé chupandome los dedos de puro gusto. El cocinero se sentó a comer conmigo, hasta me dio de probar su almuerzo. Luego se acercó una cocinera muy amable, quien casi me obligó a probar el postre. Ya no podía más.
Por supuesto, no faltó una noche de fados, pero lo mejor es que tanta tristeza la viví con la alegre compañía unas amigas brasileras. A Tasca do Chico (RuaDiário de Noticias, no 39, Barrio Alto), es un lugar donde se presentan expontáneos o lo que ellos llaman «fado vádio». El lugar estaba a reventar, pero bien acomodadas perdimos la cuenta de cuanto vino verde acompaño tanta melancolía.
Definitivamente, a Lisboa tengo que volver …. decretado! Quedó debiéndome un día de sol.
Bellísimas tus notas. Te extrañamos en Caracas, besos