Margarita jamás dejará de sorprenderme y en consecuencia, cada día me gusta más. Acabo de regresar y cuando me monté en el avión sentí una gran tristeza. El tiempo estaba magnífico, el sol tan brillante e implacable como recordaba, porque allá entre el calor y la humedad a ratos tengo la sensación que me estoy derritiendo como si mi piel fuera de cera. El color del mar es conmovedor, una paleta de azules infinitos que provoca contemplar por horas. Pero lo mejor de mi travesía fueron los descubrimientos, apuntados en mi libreta con esos garabatos que solamente yo logro interpretar. Lugares, personajes, productos, paisajes, en esa isla que siempre ha sido tan afable conmigo y que saldrán impresos en el especial de gastronomía que publicaré en octubre.
Una de mis mayores sorpresas, tal como me sucedió en Mérida, es la capacidad que tienen muchos de realizar faenas grandiosas, muy a pesar de los gobernantes con los que contamos, cuya agenda política no se acerca ni por error a la realidad, ni apoya ni protege al productor, al que presta servicio, sino todo lo contrario.
Tecnócratas que no se toman ni la molestia de escuchar y pasa lo que sucedió con la temporada de pulpo este año, los cuales llegaron antes de tiempo pero el gobierno se negó a dar los permisos porque en un manual tal, escrito en el año del cataplún estipulaba otra fecha. ¿Qué paso? Cuando dieron el permiso, los pulpos ya no estaban y los pocos que se logran pescar están a precios que nadie está dispuesto a pagar.
Desde este espacio infinitas gracias a toda la gente que me apoyó en este viaje: Mariángela Velásquez y Alessandro Astorino, Mauricio Della Porta, Pilar Cabrera, Junior Peterson, Sergio Somov, Luis Eduardo Rodríguez, además de los productores y pescadores que con tanta paciencia y buena disposición se sometieron a mis interminables preguntas y fotografías.
Así de poquito salen los pulpos