Sexo, pilates e Instagram

1011085_10151673135484920_1948061072_nCuantas cosas he escuchado por ahí, pero hasta que me tocaron o las viví en carne propia, solo pude concluir: «¿cómo no me pasó antes?».

En un primer momento, sentí frustración por el tiempo perdido. Atacaron sin contemplación los remordimientos y las suposiciones.  A mi pensamiento lo invadió un rosario interminables futuribles: «si esto aquello», «si esto lo otro», «si fuese más joven», «si tuviese más plata». Hasta que en perfecto venezolano «me cayó la locha», y me puse manos a la obra.

Tarde descubrí tres aspectos en mi vida. No demasiado. Aunque indudablemente pude haber empezado mucho antes. La primera fue experimentar el sexo carnal, cuando perdí la virginidad pasados los veinte años. En ese entonces, casi todas mis amigas de la universidad me llevaban una morena, pero yo esperaba pacientemente el momento y la persona idónea. A Dios debería prenderle una vela cada día, porque no se tardó en llegar. No me quejo, deuda saldada. Pero no deja de causarme curiosidad todas las vivencias, caricias y orgasmos no vividos en todos esos años que comienzan con «dieci».

Casi veinte años después, llegó el segundo gran descubrimiento: los pilates. Al salir de la primera clase me invadió una euforia que se extendió por el resto del día, una felicidad inexplicable, se abrió una puerta en mi interior. Siempre he sido reacia a los gimnasios, no se cómo desenvolverme en ellos. Pero con los pilates es distinto, me siento poderosa, elástica, fuerte, flexible, me sorprendo siguiendo indicaciones al pie de la letra, que en mi cabeza son sencillamente irrealizables. En este caso, lo mejor es disfrutar de las consecuencias de tanta respiración, concentración y contracción pélvica.

Por último, mi voyeurismo y mi exhibicionismo se resumen en una palabra: Instagram. Mi yo contemplador, convive descaradamente con el ojo que ve la realidad filtrando colores y sombras, hasta dar con el contraste correcto.  Primero en mi mente, luego en mi teléfono. Me estimula tomar una foto y como si fuese una droga adictiva se me pasa el tiempo y el pensamiento explorando las posibilidades de la imagen alterada, dividida, recortada y reenfocada.  Borro lo que me disgusta, agrego lo que me gustaría, imprimo drama, suavidad y ritmo. Es lo más parecido ajustar la realidad a lo que quiero que se parezca. Pienso en Instagram, miro en Instagram.

No hay nada que hacer.

Foto: @dorisbarrios / Instagram: @Vrolfini

Vanessa Rolfini Arteaga
Vanessa Rolfini Arteaga
Comunicadora social y cocinera venezolana dedicada al periodismo gastronómico. Egresada de la UCAB con estudios de especialización en la Universidad Complutense, de crítica gastronómica en The Foodie Studies y entrenamiento sensorial en la Escuela de Catadores de Madrid. Actualmente, redactora en Sommelier y columnista del diario Correo de Perú. Conductora de rutas gastronómicas y editora de guías. Experta catadora de chocolates.
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