Emblemático Caballo Loco

Caballo Loco cuenta con un legión de seguidores, algunos más entusiastas que otros, que se dejan seducir por esta etiqueta elaborada por la bodega chilena Valdivieso. Un vino cuyo nombre denota un espíritu brioso, impredecible, expresivo, cambiante, que incluso puede tener épocas mejores que otras, como sucede con todo lo que está conectado a una fuerza creativa impetuosa.

Caballo Loco irrumpió en el mercado en 1990, se elabora bajo el sistema de solera, nada común para este tipo de vinos, por no decir que es un hecho casi extraordinario. Es decir, está conformado en un 50% por el vino del año en curso y la otra mitad, por el caldo de otras añadas. Un sistema bajo el que se elaboran, por ejemplo, el jerez y el oporto, pero que a diferencia de este vino, cuentan con la presencia del alcohol vínico que corta su fermentación y garantiza – entre tantas cosas – un excelente envejecimiento en barricas apesar del contacto con uno de los principales agresores del vino, el oxígeno.

Pero este «equino desquiciado», no solo sale airoso al paso, sino que ofrece una experiencia sensorial maravillosa, compleja, acaricia y reta al paladar. Un excelente vino. Confieso que me encantó, más no me cautivó. De repente sucedió que me hablaron tantas maravillas que mis expectativas eran altísimas, y el vino no las cubrió por completo. Sin embargo, esto me ha llevado a pensar en el tema del mercadeo del vino, y lo que puede lograr un plan comunicacional coherente, bien hilado y perfectamente aplicado. Repito, me gustó mucho el vino, es lo que yo calificaría como una «etiquetaza». Tuve la oportunidad de degustar en una cata vertical, los números 9, 10, 11 y 12, en la más reciente edición de «Solo los mejores».

Comenzaría mi reflexión con una afirmación hecha por Vladimir Viloria, cuando en su más reciente columna en El Universal (10/04/2011) expresó, «Chile se da el lujo de mostrar al mundo caldos muy bien hechos, que harían morder el polvo a cualquier botella cosechada en grandes bodegas europeas. Incluso es capaz de lograr «vinos de culto», por los que algunos son capaces de pagar pequeñas fortunas. Tal es el caso del codiciado Caballo Loco».

Los chilenos han resultado comenciantes y promotores muy hábiles de sus productos, sus niveles de organización y de visión comercial son para quitarse el sombrero. Geográficamente no cuentan con una ubicación privilegiada, pero sus productos compiten de tú-a-tú en el mercado mundial. En el caso de sus vinos, durante mucho tiempo han inundado los anaqueles de productos bien elaborados a precios muy bajos, en un relación precio-valor inmejorable, que ha traido como consecuencia una presencia arrolladora.

Pero llegó el momento, en que quisieron subir la barra, exportar vinos de mayor calidad, elaborados bajo procesos más cuidadosos, es decir, incursionar en el mercado de vinos de alta gama. Pero se encontraron con un gran obstáculo: un mercado que no estaba dispuesto a pagar altas sumas de dinero por una etiqueta de vino chilena. Ciertamente, cuestión de percepción, pero una realidad que los obligó a repensarse.

Entonces, mercadeo o no, sucede como el caso de Caballo Loco, les tocó enfocar su mensaje comunicacional en un hecho diferenciador, casi extraordinario, rayando en lo demencial para hacer entender que el vino vale lo que cuesta. El mercado del vino, quieran o no, está lleno de mitos, de leyendas, evoca más allá de la calidad, factores como el nivel socio-económico, recuerdos, tradición, estilo de vida, entre muchas otras circunstancias. Un hecho en el que tenemos que pensar y reflexionar, porque constantemente nos topamos con botellas, cuyo valor escandalizaría al bolsillo más holgado y botarata, pero pagar su precio es símbolo de status. Y los chilenos han demostrado tener un visión nítida sobre este comportamiento.

Por ejemplo, los vinos franceses viven el proceso inverso, más allá de las maravillas producidas en tierras galas, también hay mucho vino mediocre que por exhibir en su etiqueta «made in France», se cotiza por sumas muy por encima de su valor real. Y el público lo paga, por aquello de la percepción de «si es francés es bueno».

Entonces, los chilenos de quien tenemos mucho que aprender, astutamente han sabido subir la barra, siguen elaborando vino bueno y económico, pero poco a poco se han ido colando en los vinos de alta gama, apoyados en una estrategia de mercadeo bien pensada y que ha resultado increíblemente efectiva, que encuentra en vinos de excelente calidad el soporte real del mensaje. Caballo Loco, es solo un caso emblemático de lo que está sucediendo con otras etiquetas y de las que cada vez se escucharán más noticias.

Acerca de «Solo Los Mejores»
Los espacios donde degustar vinos de alta gama en Venezuela, se han reducido drásticamente. Por lo menos en 2010, no se contó ni con el SIG, ni con el Vino Toma Caracas para tal fin. Así que de cierta manera se puede decir que «Solo los mejores», camina solitario en ese rubro. Implica un esfuerzo titánico reunir en un solo lugar, tantas etiquetas de calidad, dada las duras circunstancias que atraviesa en mercado criollo, además de la presencia de un programa de cata que resultó fantástico y único, como los casos de las catas verticales de Tokay y Caballo Loco, los vinos de Andalucía, por solo mencionar algunas.
Sin embargo, no puedo ocultar mi desilusión en la edición 2011, que viene dada por la incomodidad del espacio físico, que resultó pequeño e inapropiado, al punto que – en especial el viernes – impedía disfrutar vinos de tan buena calidad. Ciertamente, la oferta de las importadoras fue muy buena, completa y variada, incluso presentaron algunas novedades. Creo que un evento de este tipo, que apunta tan arriba, merece un espacio más idóneo, que esté a la altura de los vinos y justifique el precio de la entrada. De los errores también se aprende, esperaremos a ver qué pasa en 2012.

Vanessa Rolfini Arteaga
Vanessa Rolfini Arteaga
Comunicadora social y cocinera venezolana dedicada al periodismo gastronómico. Egresada de la UCAB con estudios de especialización en la Universidad Complutense, de crítica gastronómica en The Foodie Studies y entrenamiento sensorial en la Escuela de Catadores de Madrid. Actualmente, redactora en Sommelier y columnista del diario Correo de Perú. Conductora de rutas gastronómicas y editora de guías. Experta catadora de chocolates.
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