Guacucos y Camacutos



El pueblo de El Hatillo se ubica en otro planeta, a diferencia de los mapas y señales en la vía que aseguran que se encuentra en el estado Anzoátegui. Una población pequeña, de pescadores, atrapado entre la laguna de Unare y el mar. Quienes tienen la dicha de visitarlo no hacen tanto alboroto para que se conserve tan intacto como sea posible y no se llene de avisos publicitarios, regetón a todo volumen y turistas que alteren su belleza y su paz.

Apenas dormimos allá una noche, pero !que fin de semana tan especial! Un grupo conformado por tres parejas y dos perras: Bambina y Azúcar. Al rato se sumó Fernando Millán, autodenominado la leyenda. Desde que llegamos el buen tiempo fue nuestro mejor compañero.
De ida desayunamos en El Guapetón, una parada de autobuses pero venden arepas de chicarron con queso de mano y cachapas exquisitas.
El sábado disfrutamos de una tarde de playa perfecta. Para empezar estabamos solos, luego el oleaje suave, la arena limpia, el agua tibia, el cielo infinitamente azul, la cerveza helada y los amigos estupendos: Doris, Guiseppe, Vivian y Roberto. Esta playa está llena de matas de flores en la orilla, forman una alfombra violeta simplemente sublime.
Vivian, hatillana de corazón y tiene una casita allá, comentó como quien no quería la cosa, que esta es época de Guacuco, enterró su mano en la arena sentada en la orilla y me dijo «mira, un Guacuco», eran dos conchitas de mar que dentro contenía el pequeñísimo habitante. Mi entusiasmo fue tal que estuvimos aproximadamente una hora recolectando Guacucos y extrajimos entre Antonio y yo más de dos kilogramos.
Luego, la señora Carmen nos trajo camarones frescos y pelados. En primer lugar, con las cabezas y parte de los Guacucos hicimos un caldo, como base de un arroz a la marinera cuyo sabor nos sedujo a todos, sin exceso de aliños, un toque de «Amparito» para darle color, pero con todo el gusto del mar. También con los camarones frescos hicimos cebiche que acompañamos con un excelente pan sueco con ajonjolí de la Bread Factory.
En la tarde, llegó La Leyenda quien junto a Roberto tocaron todas las canciones recordando al maestro Aldemaro Romero. Cantamos y disfrutamos hasta pasada la media noche. Pero antes, alrededor de las diez, para nuestra fortuna se fue la luz. El cielo se mostraba despejado, la luna con un aro rojo y amarillo a su alrededor, el sonido de la brisa y las siluetas de las palmeras en tonos azules y grises, mientras sonaban los acordes de la guitarra y el cuatro y nos iluminaban las velas.
Millán quien es una de las personas más divertidas que conozco nos dio dos obsequios: Cocuy y Camacutos. Por cierto, el Cocuy estaba delicioso tanto que me bebí casi yo sola toda la carterita.
Los Camacutos son crustáceos que crecen en la boca del río, cerca del mar. Su forma es muy parecida a la de las langostas, pero mucho más pequeños y de color negro. Al cocinarlos, se tornan rosados con visos anaranjados. Su carne es suave, jugosa y de un sabor increíblemente delicado. Claro! hay que comerse varios porque son relativamente pequeños. Los cocimos al vapor con un toque de aceite de oliva y pimienta fresca, al igual que los tallarines que hicieron las veces de acompañantes. Confieso que me hizo falta una copa de Champaña o un buen vino blanco seco, porque tal exquisitez no merecía menos, pero tomamos un refrescante coctel de limón. También preparamos una ensalada de rúgula, lechuga y tomaticos cherry con una vinagreta radioactiva – secreto de la cocinera-.
Pero antes del almuerzo descrito en el párrafo anterior, desayunamos arepas, perico, Lebranche pequeño – cocido por la señora Carmen – y Mandocas preparadas por Antonio, que estaban deliciosas. Por supuesto, no faltó el quesito Paisa, margarina, cambures y café.
Ya de regreso a Caracas compramos en la carretera, cambures Titiaros, paledonias (torta de miga muy pesada elaborada con mucho papelón), ajíes dulces, casabe y plátanos verdes.
Me quedé con ganas de volver tan pronto como sea posible. Antonio se relajó muchísimo y estaba feliz, Azúcar descubrió su amor por el mar y yo me contacté con la niña que hace tiempo no salía a la luz. Una parte de mi ya vive en El Hatillo, es decir, fuera de este mundo.

PD: Yubirí hiciste falta.

Vanessa Rolfini Arteaga
Vanessa Rolfini Arteaga
Comunicadora social y cocinera venezolana dedicada al periodismo gastronómico. Egresada de la UCAB con estudios de especialización en la Universidad Complutense, de crítica gastronómica en The Foodie Studies y entrenamiento sensorial en la Escuela de Catadores de Madrid. Actualmente, redactora en Sommelier y columnista del diario Correo de Perú. Conductora de rutas gastronómicas y editora de guías. Experta catadora de chocolates.

1 COMENTARIO

  1. VANE, DE VERDAD, BUENÌSIMO TU REPORTAJE HATILLERO, FIN DE SEMANA INOLVIDABLE, LLENO DE SENSACIONES,EN CONTACTO CON ESA MARAVILLOSA NATURALEZA QUE NOS BRINDA TAN ENÈRGÈTICO LUGAR Y POR SUPUESTO ,ACOMPAÑADO POR EL EXQUISITO SABOR DE ESAS COMIDAS QUE DISTRUTAMOS (DE MANOS DE TAN EXCELENTE COCINERA) Y DE LOS EXÒTICOS CAMACUTOS ,EXPERIENCIA NUEVA PARA TODOS LOS QUE ALLÌ ESTÀBAMOS,QUE PARECÌAMOS MUCHACHO CON JUGUETE NUEVO.FIN DE SEMANA DE BIS…OJALA PRONTO LO REPITAMOS… ASÌ SERÀ… DECRETADO. A NOSOTROS SÒLO NOS FALTA ROPA Y CUIDO COMO DICE LA LEYENDA MILLÀN. LO ÙNICO FUE QUE NO CONTAMOS CON LA PRESENCIA DE YUBI Y EL ZANCUDILLO QUE SE PERDIERON DE TIEMPO TAN DIVINO.EN LA PRÒXIMA SERÀ.ENVÌANOS LAS FOTOS QUE TOMARON ALLÀ POR ESTA MISMA VÌA.QUE TE VAYA BUENÌSIMO EN LA TIERRA DEL SOL AMADA. SALUDOS y BESOS VIVIAN

Los comentarios están cerrados.

spot_img

Recientes

Artículos relacionados