Vista del río Orinoco desde el avión llegando a Puerto Ayacucho
Puerto Ayacucho desde el avión
Recibiendo la energía positiva, al fondo la piedra de la Tortuga.
Mi atención se quedó navegando en el río Orinoco cuando llegamos a Puerto Ayacucho en el Estado Amazonas. Es una de las visiones más bellas que he visto desde un avión, una tierra verde intenso, con zonas más cubiertas de vegetación que otras, bastante plana, al punto que simula un gran tapete salpicado de piedras negras que hacen un estampado que quita el aliento, y en medio de esa tierra casi infinita el Orinoco la atraviesa, imponiéndose, haciendo imposible apartar la mirada de él.
Esa imagen quedará en mi recuerdo al igual que la llegada a Puerto Ordaz, cuando hipnotiza el caudal del Orinoco y el Caroní que van juntos sin mezclarse a lo largo de varios kilómetros, o la llegada a Coro, cuando desde el cielo parece que dibujaron un mapa en la tierra, la cabeza de la Península de Paraguaná, en especial el istmo, parecen delineados con creyones.
Puerto Ayacucho desde el aire se ve pequeña, muy pequeña, ante la inmensidad del paisaje donde está inmersa. Pero tal vez es la mejor visión de una población casi olvidada por Dios, plagada de gobernantes ingratos e indolentes, amenazada por la guerrilla por su proximidad con la frontera y de difícil acceso incluso por tierra.
Al bajarme del avión lo primero que se siente es la altísima humedad, sofoca un poco al principio pero no es complicado adaptarse, aunque el calor puede llegar a desesperar, la piel se torna pegajosa, la sensación de un eterno sudor que no se quita ni en la ducha y los mosquitos que dan la bienvenida antes que los lugareños.
La ciudad no es bonita, bastante desordenada, no muy limpia, aunque parezca descabellado con caos vehícular en sus principales avenidas, negocios de todo tipo, música altísima y estridente por doquier. Sin embargo, tiene puntos de interés como el mercado de los indígenas ubicada en la plaza Rómulo Betancourt y la Catedral consagrada a María Auxiliadora donde lo más impresionante es un Cristo pintado en el techo, que hace un juego óptico impresionante.
Lo más bonito son las afuera de la ciudad, rodeada de balnearios, comunidades indígenas, las instalaciones de Fudeci, atracciones arqueológicas y el Tobogán de la Selva que es simplemente alucinante, porque es una gran laja de piedra donde uno se desliza a gran velocidad hasta caer en un pozo simplemente delicioso.
La invitación a este viaje la hizo la gente del II Festival de Cocina Amazónica «Pejaijava« (no estoy segura cómo se escribe porque lo vi escrito de varias maneras), promovido por la Secretaría de Turismo del Gobierno Indígena de Amazonas, a quienes por cierto les doy la gracias por la buena atención, el cariño y las ricas comidas que organizaron para el grupo de periodistas y chefs que viajamos para la ocasión. También un gran abrazo a Martha Elena González quien organizó el grupo y se ocupó de atendernos.
Sin embargo, me quedé enamorada de la visión desde el aire, son esos momentos en que provoca ser pájaro y volar sobre el Orinoco y los numerosos ríos que confluyen en él. Es una tierra donde el agua está en todas partes, incluso flota en el aire.
Muy de acuerdo con tu visión de Puerto Ayacucho, tenemos que hacer país y buscar como ayudar para que sea el lugar que debe ser, no sólo sus riquezas naturales sino también su ciudad, su parte urbana.Si se puede!!!
También un gran abrazo a Martha Elena González quien organizó el grupo y se ocupó de atendernos…Gracias Vanesa, te comento, la iniciativa de este evento es de mi autoría y en estas dos ediciones me han apoyado la Secretaria de Turimos, como van a entrar también para el próximo evento otras instituciones y empresas.