¿Con la comida no se juega?

¡Con la comida no se juega!”, expresión que he escuchado en tono de advertencia o regaño desde que me siento a la mesa, al punto, que en ocasiones se vincula con el pecado. Socialmente, el juego está vetado al momento de comer aunque paradójicamente jamás había estado tan presente, desde la cocina de vanguardia que se sirve del espectáculo para subirle el tono y costo a la experiencia del comensal, hasta la apuesta perversa de lograr doblegar la voluntad de la población por el estómago.

La gastronomía se sirve de lo lúdico desde siempre. Comienza cuando una cuchara llena de sopa simula el vuelo de un avión, seguido de las chucherías de colores alegres y sabores específicos que marcarán el camino de las preferencias del paladar. Cuando escuchamos la palabra “banquete” la asociamos a la abundancia y la diversión.

Por su parte, el término “trampantojo” salta constantemente en la cocina, que no son  más que platos cuya apariencia no guardan relación con su ingrediente original, como un roll de sushi hecho de helado o casos donde se suma al nombre la expresión “fingido” o “falso”, que obedece a la fantasía de quien quiere comer lo que le gusta pero por motivos religiosos o de salud no lo hace.

Se puede escribir un tratado completo sobre ejemplos, desde la tomatina donde se crea una verdadera batalla campal a punta de tomates en las calles de Buñol, España, pasando por guerra de pasteles en el cine, hasta el más simple acto de jugar con las migas de pan.

Incluso el chef Ferrán Adria se asoció con el Circ du Soleil y el chef Paco Roncero tiene un espectáculo donde la comida flota entre videos, inyecciones de fragancias y platillos voladores. Nada nuevo bajo el sol, con toda seguridad los romanos con más herramientas tecnológicas hubiesen logrado resultados similares, dado los animales y frutas hechos con carne y resina que decoraban sus bacanales.

Sin embargo, los límites del juego en la mesa son complicados, porque puede abisagrar lo digerible con lo indigerible, e imprimirle diversión al acto de comer. El filósofo vasco Daniel Innerarity afirma que “podría pensarse que el juego aparece en la cocina cuando comer ha dejado de ser un problema, pero los recetarios evidencia que ha venido utilizándose como mecanismo de apoyo también en períodos de escasez».

El juego ayuda a sobrellevar pero también a aplastar al otro. Innerarity hace un largo listado de ejemplos que van de platillos sustitutivos que conservan el nombre de la versión original, como tortillas sin huevos o un caso emblemático como el tofu, que resultó ser el sustituto asiático a los lácteos y ahora no se concibe su culinaria si él. Al respecto apunta, “la necesidad obligó a los distintos pueblos a “jugar” con la comida para salir adelante”.

El juego y la creatividad son cruciales en estos momentos de escasez, impresionan las versiones de arepas con todo tipo de tubérculos, pero también hace pensar que la escasez en Venezuela es parte de un juego pesado donde la mayoría se ve obligada a jugar con consecuencias inimaginables.

Texto publicado en mi columna «Limones en almíbar» en el diario El Universal

Vanessa Rolfini Arteaga
Vanessa Rolfini Arteaga
Comunicadora social y cocinera venezolana dedicada al periodismo gastronómico. Egresada de la UCAB con estudios de especialización en la Universidad Complutense, de crítica gastronómica en The Foodie Studies y entrenamiento sensorial en la Escuela de Catadores de Madrid. Actualmente, redactora en Sommelier y columnista del diario Correo de Perú. Conductora de rutas gastronómicas y editora de guías. Experta catadora de chocolates.
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