El chicharrón de cochino entra en el campo de los placeres culposos y corporales, pero se torna irresistible. Esa capa crujiente con «grasita» está saturada de sabor. Durante años el chicharrón que viene en bolsitas ha sido soso, una especie de cartón comprimido en en algunos casos le agregan una suerte de sustancia picante, que con hambre y cerveza fría pasa sin dificultad y hasta con gusto.
Pero la gente de Monchi ha sacado al mercado el Chicharrón Son. Cada pedazo es lo más cercano al chicharrón de verdad, verdad, con grasita incluida. Una delicia adictiva que descubrí el año pasado en el estadio. Al principio lo consumía sin pudor, hasta que un día tuve la mala idea de revisar la tabla de contenido nutricional (eso nunca es una buena práctica, es casi suicida), su alto contenido de grasas saturadas casi me tumba de la silla.
Pero qué importa, ahora en vez de dos bolsas compro una y las he confinado a la tribuna del Universitario, donde es un placer acompañarla de una Regional (preferiría una Solera Verde, pero si los Leones son homeclub no queda otra).
Mi amiga y compañera de fanaticada Elsa Pilato y yo, la bautizamos «el taparterias«, pero con qué gusto nos comemos esos trocitos crujientes, gustosos y adictivos. Es que todo lo que viene del cochino es tan sabroso. Como le escuché a un conocido «si los cochinos volaran, nadie pagaría su precio».
Genial, delicioso.