Hay muchas maneras de percibir la inflación: caras largas en los supermercados, gente devolviendo productos en la caja o pidiéndole a la cajera cada tanto que le de un subtotal, el murmullo rabioso esperando el turno de la carne o los quesos, los comentarios en voz alta de alguien que dice -como si nadie escuchara-, que llegará un momento en que no tendremos con qué comer. Ese es el ambiente en el supermercado, más allá que es imposible que sigan tapando los anaqueles vacíos con papel toalet, cereal o cajas de electrodomésticos, en una especie de maquillaje de la escasez.
De repente se corre la voz «llegó el pollo entero» y en cuestión de segundos la carnicería que lucía desolada minutos atrás se llena de gente, ordenando dos, tres, cuatro unidades, como si con eso se le resolviera la vida. Imagino que es como una droga que calma la ansiedad por un rato. Lo mismo sucede con la leche, el arroz, el azúcar, la carne, los huevos, la harina pan, el aceite … basta que uno vea a un carrito con dos o tres paquetes de uno de los productos mencionados, para que sin el mayor pudor uno pregunte de dónde lo sacó, entonces se deja de hacer lo que se está haciendo para salir corriendo a buscarlo, agarrar el máximo de unidades que indique un papel, y pensar «estoy cubierto por uno, dos o tres meses».
Como en este país todo es alrevés, es más sencillo conseguir salmón ahumado, aceitunas rellenas, hongos, quesos importados, patés, vinos, whiskey 12 y 18 años, que los productos de la cesta básica.
Siempre me ha gustado hacer la compra, he surfeado como una campeona sobre la ola de la escasez, incluso logro identificar las señales de cuando un producto va a faltar y eso me permite tomar previsiones. Pero últimamente, la inflación y la escasez no son los únicos productos que abundan en el mercado, son la rabia, la frustración, el impotencia, la humillación, la desesperación.
La otra parte de esto, es que cada vez se compra menos con más dinero, lo que hace un par de semanas rendía para un par de bolsas medianamente llenas en el mercado, con mucha suerte hoy solo alcanza para una. No quiero incurrir en un careo con economistas, pero las cifras de inflación no cuadran, como el 2 y tantos por ciento del mes de marzo … sencillamente impensable. Le escuché decir a un periodista que la el aumento de la inflación es inversamente proporcional al peso de las bolsas del supermercado.
Lo peor que nos ha pasado como pueblo es que nos hemos calado la situación durante muchos años, no nos tratan como ciudadanos dignos de respeto, sino como animales de corral a quienes se les da cualquier cosa, que pueden sobrevivir a punta de alimento industrial mezclado con las sobras de la cena. Es una sensación espantosa.
Del cuento de la escasez llevo años escribiendo, pero ayer algo era diferente, la gente ya no se calla, no disimula, los murmullos paulatinamente han sido sustituidos por quejas a viva voz, además que con el cuento del ahorro energético, hace calor y los pasillos están en una semi penumbra.
Aveces parece que vivo en otro país, escribo sobre placeres, vino, licores, restaurantes, pero también voy al supermercado, al mercado libre, al camión de la esquina y a los puestos callejeros. Todos los días en mis charlas con Dios, le pido que no estalle la rabia como contra parte de la humillación. Esto es un reloj de tiempo, quién sabe a dónde nos llevará. Lamento decir que hoy no es un día para escribir desde la esperanza.
Absolutamente cierto amiga, sobretodo este trimestre que pasó se sintió durísimo en las bolsas, en nuestros bolsillos y neveras. Este sábado compramos por primera vez en un PDVAL en La Estancia, ufff no quiero ni pensar de qué es señal eso…