Guillermo Vargas, enólogo de la bodega, quien ha estado en el proyecto desde sus inicios, desde que era una sueño de investigadores universitarios. Es un magnífico comunicador, transmite la complejidad del proceso de manera sencilla y con una pasión contagiosa.
Bodegas Pomar cumple veinte años. Dos décadas desafiando la lógica del vino, las miles de teorías sobre la mejor manera de fabricarlo, sobre el clima idóneo para que crezcan las uvas más apropiadas. Sí, para muchos es impensable que en pleno trópico produzcamos vinos y hasta espumosos. Según la Real Academia de la Lengua, «insolencia» se define como una acción desusada y temeraria, muy acorde con el espíritu de estos vinos.
La semana pasada asistí, junto a un grupo de periodistas, a la vendimia en Bodegas Pomar, ubicada en Carora, Estado Lara. Una tierra seca, de suelos arenosos al pie de monte de la Sierra de Baragua, calificada por muchos como poco fértil, o como dicen en la región «un peladero de chivos», pero allí la gente de Pomar siembra Tempranillo, Sauvignon Blanc, Petit Verdot, Syrah, Moscatel, Chenin Blanc y Macabeo, de donde nacen los conocidos Terracota, en otra épocas los Viña de Altagracia, los varietales Sauvignon, Syrah, Tempanillo y Petit Verdot, además del Reserva, los empumosos y la famosa sangría La Caroreña.
Una amplia variedad, que abarca todos los públicos y gustos. No puedo negar que siempre me ha gustado el Tempranillo que elabora Pomar, cepa que en mi humilde opinión, se expresa magníficamente en nuestro «terruño». Mi otra favorita es el espumoso Brut Nature, que siempre lo deja a uno bien parado, aunque la más popular en el mercado es la Brut, de buena calidad también.
Pero los venezolanos no conformes con la insolencia de producir vinos, en dos cosechas anuales porque hasta para eso el trópico es generoso, también tenemos la virtud de ser excelentes anfitriones. Mostramos el proceso con la simplicidad maravillosa de un maestro de escuela, donde resulta imposible no entender y asimilar el fascinante proceso de la producción del vino.
La atención a los detalles, como que en cada parada para una explicación acompañaba al enólogo Guillermo Vargas, un pendón señalizando la etapa del proceso. En verdad, cuanto orgullo. Ojalá los venezolanos para todo fuéramos así: organizados, didácticos, ordenados porque unido a la pasión y creatividad que le ponemos a las cosas, la historia de la patria sería otra.
Además, la bodega es muy linda. Incluso en algunas etapas del recorrido, habían «puestas en escena», que emocionaron a más de uno al punto que hasta preguntaron que si alquilaban el sitio para bodas.
La gente de Bodegas Pomar fueron grandes anfitriones, la cena de bienvenida con música en vivo por músicos de la zona, el desayuno criollo frente a los viñedos acompañados de golpe tocuyano, y el almuerzo de despedida con un delicioso cochino en caja china. Por supuesto, acompañados de las delicias de la bodega como el Petit Verdot 2007, Sauvignon 2007, sus empumosos – los probamos todos – y los vino Terracota. Durante la visita, combatimos el calor con agua y sangría la Caroreña.
La vendimia en sí es una experiencia que cualquier persona amante del vino debe vivir, cortar las vides, morder un racimo, probar el sabor dulce de las uvas, constatar que la insolencia viene desde la vid, que desafía la lógica de la tierra y del clima. En Venezuela, solo tenemos un opción para vivirla, pero es una gran opción.
Mordiendo un racimo recién cortado. Dulce, refrescante, sorpresivo. Una amiga sommelier me comentó que esta foto es típica de quien asiste a una Vendimia.
Una de las tanta exhibiciones, en este caso en el lugar donde reposan algunos espumosos.
Lugar donde almacenan las barricas, allí tuvimos una desgustación de cuatro etiquetas 2006: Tempranillo, Petit Verdot, Syrah y Reserva.