Ya voy de regreso a casa, después de catorce días de un recorrido intenso por las zonas vitivinícolas argentinas. En este momento estoy muy cansada, llevo casi dos días sin dormir, pero anoche antes de hacer la maleta me entraron unas ganas intensas de tomarme una vodka.
Desglosar y procesar lo vivido me tomará meses, que seguramente en este blog agruparé por temas de interés, que además son muchos.
En dos semanas viajamos a Salta, Patagonia y Mendoza, en un promedio de cuatro bodegas diarias, es decir, que visitamos más de 30 bodegas, además del vino consumido en las comidas y las bodegas que hacían sus presentaciones en las noches. Es decir, hemos probado más de 250 etiquetas (211 en catas y degustaciones), eso me lleva a pensar en la cantidad de veces que me ha tocado escupir, que ronda las quinientas. Ya perdí la cuenta de cuántas empanadas me comí, cuánta carne roja ingresó en mi organismo, las millas recorridas, las horas de sueño en el avión o en el autobús. Llevo por lo menos seis kilogramos de papel en brochures, libros y tarjetas de presentación, seis botellas de vino, tres de aceite de oliva, jabalí y miel de la Patagonia, porotos blancos (caraotas pero grandes) de Salta, además de nuevos amigos, especialmente de Perú, que ya decidí será mi próxima travesía, cuando asista a la vendimia del Pisco.
Tengo los labios partidos, la lengua aspera y morada, el estomago ardiendo, tres kilos de más, posiblemente el ácido úrico por las nubes, pero el corazón feliz de una oportunidad única, porque nos trataron como reyes, le estoy muy agradecida a la gente de Wines of Argentina.
Pero ha sido una viaje extraordinario donde no solo he aprendido muchísimo sobre el mundo del vino, sino que he descubierto mi amor a toda prueba por él.