¡Abra su mente! El mundo es más que harina de maíz precocida

mayo 2013 118

El mundo no comienza y acaba con la harina de maíz precocida. Al ver las kilométricas colas para comprar Harina Pan, da la impresión que es nuestro único alimento, que nada el mundo la puede sustituir, que vale la pena dejar el alma en la espera, o peor aún, pagar por un puesto a quienes han hecho del «hacer cola» un medio de subsistencia.

Sin embargo, revisando otras fuentes de carbohidratos disponibles y sorprende que dentro de la escasez actual, se exhiba tal variedad. Bien decían los españoles cuando llegaron a nuestras tierras en el mil cuatrocientos y tantos, «que todo lo que comíamos crecía debajo de la tierra», refiriéndose a ocumo, papas, ñame, mapuey, apio y yuca. A lo que hay que sumarle casabe, pan, pita, plátano, galletas, pasta, arroz, avena y otros cereales. Temo que nos volvimos miopes con nuestro propio menú.

Un ejemplo diario es la sección de vegetales y frutas del supermercado; vive prácticamente desierta, mientras perdemos la postura y la compostura para comprar grasas y harinas. En el caso del Central Madeirense de la avenida Victoria -que por razones geográficas es el que más frecuento- astutamente colocan al lado el papel toilette -cuando hay -y la comida para perros, lo que ayuda a incrementar el tráfico.

Basta revisar la dieta del venezolano común donde escasean proteínas, hortalizas, vegetales y frutas frescas, pero flota sobre un inconmensurable mar de grasas y harinas. El Instituto Nacional de Nutrición recientemente puntualizó en un informe: «Se habla de que por cada diez niños, tres son obesos. Eso indica que en el futuro nuestra sociedad será obesa (…) ya se observan enfermedades de adulto en niños, como hipertensión y diabetes».

La escasez y la inflación son innegables, problemas serios que dificultan más no impiden comer balanceadamente. En nuestro caso, a la fórmula de la  alimentación deficiente hay que añadirle los malos hábitos, que van desde el consumo excesivo de salsas, grasas e ingredientes industrializados, pasando por comodidad y el espíritu de «nuevos ricos que tenemos en la mesa». He visto y escuchado hasta el cansancio alegar ante la ausencia de jamón y queso, que no hay comida. Porque también con dinero en el bolsillo se puede comer muy mal.

La buena mesa se planifica, eso da garantía de variedad, sabor, ahorro y salud. Se aprende a comer al igual que leer, escribir, sumar y restar. Se supone que esta educación comienza en casa, pero cada día en los hogares se come peor, y el Estado no está en capacidad de asumir esa tarea.

Entonces, a quién le compete tomar este tema con seriedad. La respuesta está en la responsabilidad individual, en el deseo personal de querer comer mejor, sin gastar de más, saludablemente. Lo que implica leer -internet está llena de información -, asistir a charlas, clases de cocina, o preguntarle a la gente que sabe del tema, que va desde el nutricionista, un amigo cocinero hasta la vecina extranjera que sabe cocinar vegetales de todos los modos inimaginables y que gustosamente compartirá su sapiencia.

No lo niego, mi desayuno favorito es una arepita asada con queso blanco y un café negro, pero dadas las circunstancias y al tamiz de la capacidad de los venezolanos a la adaptación, hay que explorar otras alternativas. Piense todo el tiempo libre que ganará, al no ser harina-pan-dependiente. Su familia lo agradecerá y usted ganará horas de vida.

Columna «Limones en almíbar» publicada en el diario El Universal Web 7/08/2014

Vanessa Rolfini Arteaga
Vanessa Rolfini Arteaga
Comunicadora social y cocinera venezolana dedicada al periodismo gastronómico. Egresada de la UCAB con estudios de especialización en la Universidad Complutense, de crítica gastronómica en The Foodie Studies y entrenamiento sensorial en la Escuela de Catadores de Madrid. Actualmente, redactora en Sommelier y columnista del diario Correo de Perú. Conductora de rutas gastronómicas y editora de guías. Experta catadora de chocolates.
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