El pasillero es el nuevo mejor amigo

Pasillero-II

Pasa frente a un supermercado, enfoca el superpoder del bolsómetro, entonces detecta leche, azúcar, aceite, pollo o cualquier rubro en escasez. Pisa los frenos hasta casi quemarlos. Deja lo que tiene que hacer y se decide a entrar. Pero una vez adentro, no ve lo que detectó afuera. Entonces, al preguntar le dicen que ciertamente hace un par de horas o el día anterior había llegado, pero que ya se acabó. De repente, ve que una señora en una de las cajas está pagando lo que le acaban de afirmar que no hay. ¿Cómo va a ser? ¿Qué está pasando?

La no tan nueva figura de «poder» en cadena de la escasez es el pasillero del supermercado, es decir, el encargado de acomodar los productos en anaquel, aunque pueden incluir otros empleados. Lo cierto, es que el truco está en ganárselo, hacerse su amigo, ser discreto y además demostrarle que cuando le avise asistirá sin miramientos a buscar lo que apartó y nunca, ni siquiera bajo tortura, revelará su identidad.

La dinámica es simple. El empleado tiene una lista de personas a quienes avisa que llegó algún producto en escasez, disimuladamente lo aparta o esconde (por eso no creo que actúen solos) y cuando la persona va, le entrega lo prometido. A cambio se le da una propina en agradecimiento. Porque el producto se paga en la caja.

Sin ir muy lejos, ayer estaba en la carnicería del supermercado y una señora llegó preguntando por un empleado por su nombre, la persona le respondió diciendo «usted es fulana de tal?».  Le pidió a la señora que esperara, y en menos de un minuto le entregaba una bolsa con dos pollos.

Pero como la escasez no es nueva (aunque Ignacio Ramonet en Colombia tuvo el tupé de decir que la falta de productos se debe al alto poder adquisitivo del venezolano), ya se han formado lazos estrechos de relación durante años. Un «beta» que se pasa de boca en boca, en voz baja, sin alboroto, con el celo que se guarda un secreto de cocina, porque el mercado informal tiene muchas aristas y lo importante es que no falte nada en la despensa.

Como están las cosas, no soy quien para juzgar a nadie, es un asunto de supervivencia. Una amiga me decía, que tiene uno que le avisa sin falta cuando llega la leche para sus dos hijos. En un país donde «robar» no es mal visto esto es una tontería, y no quiero ni pensar lo que puede estar pasando en niveles más altos, pero eso sería especular. Por lo pronto es un síntoma inequívoco de cómo se borraron los límites de la moral. Algún día saldremos de esta situación, solo temo lo difícil que será borrar los malos hábitos.

Ni modo, un problema a la vez.

Vanessa Rolfini Arteaga
Vanessa Rolfini Arteaga
Comunicadora social y cocinera venezolana dedicada al periodismo gastronómico. Egresada de la UCAB con estudios de especialización en la Universidad Complutense, de crítica gastronómica en The Foodie Studies y entrenamiento sensorial en la Escuela de Catadores de Madrid. Actualmente, redactora en Sommelier y columnista del diario Correo de Perú. Conductora de rutas gastronómicas y editora de guías. Experta catadora de chocolates.
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