Nos enfrentamos a dos problemas. Por una parte a la escasez de alimentos y por otra a los hábitos alimenticios deficientes. Ambos asuntos van juntos, pero uno es de vieja data y el otro no.
Además se suman los problemas económicos que han traído un descenso drástico en la capacidad adquisitiva. Un estudio publicado por el Observatorio de la Salud del CENDES afirma “no todos los venezolanos comen tres veces al día (…) y los que lo hacen, basan su dieta en carbohidratos, masas y grasas con menor cantidad de proteínas”.
La investigación apunta a que los alimentos más consumidos son harina de maíz pre-cocida, arroz, pasta, grasas y que la presencia de proteínas se limita a mortadela por la carne roja, solo el 34% adquiere lácteos y el 22% incluye huevos en su dieta.
Los datos son preocupantes pero lo son aún más los ausentes, que sí están disponibles en el mercado permitiendo mejoras sustanciales en la alimentación y la salud. ¿Dónde están tubérculos, granos, plátanos, vegetales y frutas? Por solo mencionar algunos.
Esto va más allá de la sustitución, se trata de incluir otros ingredientes, abrir las opciones y aprovechar estas malas circunstancias como materia prima para aprender y adquirir hábitos que nos beneficien. Confío en la capacidad, flexibilidad y astucia criolla para salir airosos de este escollo.
Por ejemplo, no basta con la inclusión de vegetales también hay que echar mano de otras recetas y formas de preparación. Disminuir el excesivo uso de salsas y saborizadores industriales y la gran porción de platillos fritos. Al último punto se suma un agravante, porque como aceite es escaso y costoso lo reutilizamos una y otra vez con consecuencia terribles para nuestro organismo.
Pero más preocupante, es que las entidades públicas en vez de ofrecer una campaña y jornadas de educación nutricional, refuerzan los hábitos entregando una bolsa de comida con los alimentos que justamente cita el CENDES como los más utilizados. Las implicaciones políticas de este combo no son asunto de este texto, pero si sus consecuencias en nuestra alimentación.
Al mejorar los hábitos no resolvemos el problema de la escasez, pero la hacemos más llevadera. Mi gran inquietud es que cuando los alimentos no falten, nos quede una población con severos problemas de salud.
No perdamos de vista que se puede comer mal con dinero en el bolsillo y los anaqueles llenos. Basta revisar las estadísticas de obesidad y trastornos alimentarios del “primer mundo”.
La lección es dura porque viene por partida doble. El investigador vasco Francisco Letamendia afirma en un estudio sobre algunas cocinas de post guerra, “hay pueblos riquísimos que no tienen cocina y pueblos pobrísimos que han desarrollado un gran imaginación culinaria en forcejeo con la pobreza y la escasez”.
Columna Limones en Almíbar publicada en el diario El Universal 9/04/2016