En Venezuela nacionalizamos la pasta con su cédula de identidad respectiva. Se le considera popular, cotidiana, rendidora, versátil y muy sabrosa. Se trata de la italiana más famosa en nuestras tierras.
En 1955 la recién coronada Miss Mundo Susana Duijm declaraba por teléfono desde Londres, que deseaba comerse “unos espaguetis con caraotas”. Anécdota que raya en lo gracioso, pero traslucía los venideros gustos de los criollos y colocaba en la misma línea a dos gigantes nacionales: una reina de belleza y los espaguetis.
Venezuela es el segundo país del mundo en el consumo per cápita de pasta después de Italia, con un promedio de 13kg anuales según la Asociación Venezolana de Fabricantes de Pastas Alimenticias (Avepastas). Data que no deja de sorprender, tomando en cuenta una broma común entre italianos, cuando dicen que hay más coterráneos fuera que dentro de la bota o tal como lo plantea Rafael Cartay, “Italia se deshojó entre 1850 y 1960, un siglo de partidas melancólicas y de regresos imposibles” (Fundación Bigott, 1995).
La diáspora italiana convirtió su gastronomía en una de las más populares del planeta. Los venezolanos le damos nombre propio, inventamos salsas y hasta realizamos combinaciones difíciles de asimilar por la lógica, con ingredientes propios como caraotas, carne molida de res, jamón, granos de maíz, atún en lata y diablitos.
La pasta es un platillo relativamente sencillo de hacer, solo se necesita harina de trigo, huevos, sal y agua; admite casi cualquier acompañante, se puede comer fría o caliente, además ofrece una catalogo casi ilimitados de presentaciones que la mantienen alejada de la monotonía y el tedio. Todos estos elementos contribuyeron para que se colara rápidamente en el gusto de los locales. Un elemento que parece aislado pero que apoya tremendamente esta historia, es que los inmigrantes italianos rápidamente se mezclaron en escenarios familiares, sociales y comerciales con los nativos de estas tierras.
Por otra parte, Miro Popic en su laureado libro “Comer en Venezuela” (2013) afirma, “(…) la verdadera razón está en el deterioro del poder adquisitivo que sufrieron los venezolanos a partir del viernes negro de febrero de 1983. Cuando no se pudo comer foie-gras, caviar o magret de pato. Todo el mundo comenzó a gustarle la pasta, no solo porque fuera muy sabrosa sino porque es más económica”.
Cuerpo de Sofía Loren, sabor de Norkys Batista
“¿Quién, en Venezuela, no conoce el secreto armonioso de una buena salsa napolitana, de una salsa al pesto o de una salsa boloñesa?”, pregunta Cartay (Fundación Bigott, 1995). La respuesta seguramente está en la punta de lengua de cualquier venezolano.
Lo cierto es que en los condumios populares se cuela la salsa boloñesa, que también se usa como relleno de pastichos y canelones. La salsa Napole es la base para pizzas, además el acompañante perfecto para cualquier espagueti o macarrón, y se le considera una alternativa rápida e ideal para los niños. Es decir, hasta formamos paladar con una reinterpretada fórmula criolla de tomate cocido con ajo, cebolla, pasta de tomate, albahaca, agua y una cucharadita de azúcar.
Pero vamos más allá, al bañarlas con salsa rosada, diablitos, salsa blanca (parecida a la bechamel pero se espesa con fécula de maíz o maicena), que a su vez mezclamos con trocitos de jamón, granos de maíz en lata, champiñones, entre los más destacados.
Pero desde hace pocos años, signados por la alta inflación y la escasez, la pasta mezclada con caraotas se ha vuelto popular, en especial en las viandas de oficina y loncheras. Se trata de un plato barato y rendidor, que suma la criollísima sazón de los granos aliñados con sofrito rico en ají dulce. Pero esta historia se completa con un final de los que mantiene en el borde de la silla al espectador, cuando le agregamos queso blanco duro rallado y hasta de año, en vez del esperado tipo Parmesano o Pecorino.
Los datos de AVEPASTAS afirman que se consume en las mesas locales dos veces por semana y que el 80% de los casos como plato principal, un 19% como acompañante y solo un 1% en sopa, lo que la convierte en un ingrediente omnipresente y necesario.
La chef Ana Belén Myerston narra “en el libro “I love ají dulce” de Alejandro Martínez Ubieda (2011): “Hay una cosa curiosa, y es que el venezolano come pasta por un tubo, si en mi restaurante yo no pongo pasta, estoy frita. La pasta es casi parte de la dieta cotidiana de un venezolano, el más gourmet o el menos gourmet pide un plato de pasta en mi restaurante siempre (…) tampoco puedo decir plato típico venezolano una pasta boloña, no, pero en todos los restaurantes en Venezuela las hay”.
Texto publicado en la Revista Bienmesabe / abril 20014